Opinión

Nube Viajera: Yo sólo sé que no sé nada

Qué rico es ser congruente con lo que uno siente. Pero de nuevo, la envidia crea sombra e incapacita para alegrarse por la alegría de otros
viernes, 25 de febrero de 2022 · 01:40

No fue hace mucho cuando aprendí de los tres filtros de Sócrates. Ando muy pegada al pensador, -por interpósita persona eso si-, pero todo lo que hace él me sirve y, casi todo, me gusta.

“¿Estás seguro de que lo que vas a decirme es cierto?", ¿es algo bueno lo que vas a contarme?, y, además, ¿será útil para mi? Es genial. La verdad, la bondad y la utilidad, los tres filtros de Sócrates que probablemente serían las preguntas a formularse antes de decir algo. Y lo más importante de todo, ¿si lo que dices no es cierto, ni bueno, ni útil, por qué decírmelo? Es que es genial.  

Los últimos días he manejado más o menos mil kilómetros. Las carreteras, como Sócrates, invitan a la reflexión. Al volante y viendo nubes como pasatiempo pensaba, ¿por qué resulta atractivo colgarme santitos? Vaya actividad esa. Quizá es no me conocen, quizá genero envidia, quizá solamente no han leído a Sócrates. Quizá causo escozor, ni modo, pensaba mientras más nubes observaba.

Dimes y diretes sobre ti Valentina, me dijo gigantesco cocinero estos días. No es tan difícil entender el fondo, pero incomprensibles las formas. Me ha tocado estar al frente de un listado de restaurantes que considero una herramienta de marketing y un fantástico impulsor en la construcción de una marca país. Puedo asumir que los que no aparecen se resientan, otros se cuestionen, y de ahí, se cree un imaginario de mi persona, solo creo que les andan pasando mal la información. Yo acá ando, por si tienen dudas.

Pero me conocen poco. Tantos restaurantes que están en aquella lista en la que colaboro que creo no deberían estar, y tantos otros que me gustan que no están. El mundo al revés. Sí, me gustan los po´ boys, sí, me gusta el nikkei, también, pero si me dan a escoger, mis afectos de sabor no aterrizan por esos lares, me quedo con ostiones kumiai con una vinagreta de tomate de un tal Diego, unas ancas de rana de aquél parisino en la calle de Rue de Prague de un tal Bruno, o un taco de hueva de lisa tatemada en mangle en San Blás de un tal Martín.

Más dimes y diretes, es que hasta casi me divierte. Si de mi lámpara saliera un genio y me concediera el deseo de participar de algo o de alguien en mi vida profesional, no sería de un restaurante. Desde que estudié cocina no recuerdo un momento de haberlo deseado. Qué rico es ser congruente con lo que uno siente. Pero de nuevo, la envidia crea sombra e incapacita para alegrarse por la alegría de otros; todos nos frustramos, es cierto, solo que unos la manejamos ahí más o menos internamente y otros, digamos, “la canalizan distinto”.

Hace muchísimos años, mi abuela Palmira, -de Nueva Rosita, Coahuila-, me enseñó a ser crítica, muy crítica. Opinar es comunicar una visión personal de algo y la solidez de los argumentos para sustentar la opinión son clave, pero sobretodo, la verdad. No me gustan los elogios falsos, pero sí las críticas constructivas fundamentadas, esas cómo son útiles en la vida. Aprendamos de Sócrates juntos, sentémonos a conversar, déjenme ver qué es lo que les gusta comer a mis detractores, y vean lo que a mi. En una de esas, coincidimos.

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