Opinión

Nube viajera: Mi memoria RAM

Tengo que guardar en mi disco duro tipos de sangre, alergias, recetas de ceviches o, el teléfono de mi mamá, aficiones y defectos y más de la vida cotidiana

Nube viajera: Mi memoria RAM

Yo ya todo lo que veo lo apunto y si por algo no traigo mi libretita-agenda-biblia de fechas auto asignables de la tienda japonesa Muji, pues tomo foto porque, de verdad, ya se me olvidan cosas. Creo además que personas como yo que toman fotografías mentales de momentos, de situaciones y de mesas, que permanecen en mi conversación por días, semanas o meses, digamos que recabamos mucha información. 

Me explico mejor. Sí, tengo que guardar en mi disco duro política de empresa, tipos de sangre, alergias a medicamentos, las recetas de los ceviches que nos van gustando, el teléfono de mi mamá, mis mejores clientes y sus aficiones o defectos, mis aficiones y mis defectos, todo eso y muchísimo más de la vida cotidiana. Los bancos, los proyectos, los médicos, la vida. Y, dejando a un lado los afectos porque esos ocupan una buena parte de mis lóbulos frontal y parietal del cerebro; en el lóbulo temporal descargo constantemente imágenes, que no son emociones, de cosas que vi, que leí, que aprendí, que comí. 

Clos de L´Obac, 2008, producción de 30 barricas, producido por Pastrana y Jarque, en formato doble magnum, seleccionado en lo que llaman las “Dunas de Berria”, ahí un ejemplo que guardo en cajoncitos temporales o no de la memoria, pero inolvidables. Estos últimos días en Madrid de caminatas y de pensar, acomodo de libros en libreros ajenos y de comer muy, muy rico alejadita de las estrellas y el bla, bla, bla, memoricé por ejemplo casi toda la carta de un restaurante que adoré. Arenques a la crema con Kartoffelpuffer, carpaccio de venado con granos de mostaza e hijos picantes, stroganoff de corzo, ravioles de rabo de vaca en salsa de boletus, el steak tartare -no dejo de pensar en ello-, goulash a la húngara. Y así como hago con los sabores o con los menús, grabo también los objetos que me rodeaban en aquellas paredes de papel tapiz y alfombra roja: vitrinas con soldaditos de Jadró, cuadros napoleónicos, la prensa para extraer todos los jugos de una proteína recién cocinada, el sartén de cobre de Portugal con mango de madera para las crepes Suzette, las perlas de las tres mujeres de la mesa de al lado. 

Así estos y todos los días de mi vida. Traigo memorias muy recientes de polen flotando entre plátanos por las calles, de todos los vapores más elegantemente hechos y explosivos en boca que me comí en RavioXO, de un salpicón de gambas con una cebolla ya encurtida en el aceite y en el vinagre, perfecta, simplemente perfecta. 

Apunté en mi libretita el tipo de flores que no diría quiero, sino necesito, la selección de copas de vino de tallo muy delgadito -los que saben, saben a lo que me refiero-, y cómo quiero servir el tomate en la casa para que, como un taco de aguacate, también se pueda comenzar una comida con pan con tomate y aceite. 

Más fotos: la pieza de Richard Serra y la historia detrás de ella, los nombres de las variedades de ostiones en un pizarrón de una marisquería en la calla de Ortega y Gasset, los relatos sobre Cádiz a las siete de la mañana y los conquistadores de sus puertos. Es muchísima información, son millones de recuerdos, todo el tiempo, permanentemente unos salen y unos entran, sin fin

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