Opinión

Nube Viajera: Cuánto duele

Si el corazón deja de latir, aunque sea temporalmente, algo significa, algo está sucediendo...
viernes, 8 de enero de 2021 · 00:30

La literatura científica cuenta que antes se definía a la muerte como el momento en que cesan los latidos del corazón y la respiración. Hoy, el desarrollo de la ciencia ha permitido establecer que realmente la muerte es un proceso, a través del cual un determinado momento llega a lo irreversible. En otras palabras, como tanto en la vida, no hay vuelta atrás.

Sin querer parecer dramática, porque detesto a la gente que lo es, les cuento que yo y lo que me gusta ha muerto varias veces. Va y viene. Y este último año, más seguido. Porque si el corazón deja de latir, aunque sea temporalmente, algo significa, algo está sucediendo. Estoy nostálgica, es cierto, pero sí, microinfartos he sufrido, muchos buenos amigos míos dirían. 

Pienso en los tacos entre el Desierto de los Leones y Lerma que no volvieron a abrir. Y como en cualquier duelo, las pérdidas secundarias que ello genera. Así como en el corazón humano la ausencia de alguien genera además otros dolores -el del papel que la persona jugaba, el de los roles, el de la  pérdida de esperanzas y sueños- ; la ausencia de los tacos de arroz con huevo desencadena también una falta local, los camioneros, los vecinos, los proveedores de ese maíz prodigioso, los leñadores, bueno, hasta el camión del Sidral Mundet. Toda una cadena de valor rota.

Muchos años de comer y criticar cocina y comida ha construido relaciones afectivas importantísimas.  La parcialidad pudo haber prevalecido precisamente por los afectos, porque tantos años me han unido a las familias, a los pescadores, a los vitivinicultores, a los meitres. Todos ellos, que perdieron su puesto, su sueño de nueva etiqueta de vino, un ser querido o su restaurante, los abrazo y acompaño. Yo también perdí. 

Por ti, por mí y por todos mis compañeros sería la frase ad hoc. Leía un texto desgarrador en mi periódico de cabecera, cuyo autor comparaba el ocaso de una parte de la industria restaurantera y de la hospitalidad en Nueva York con el asteroide que eliminó Yucatán hace millones de años y enfrió de tal forma la atmósfera que los efectos secundarios comenzaron a destruir todo un ecosistema. ¿Cuánto más puede aguantar aquel restaurante poblano al que lo limitaron sabiendo que las salidas a comer mole y beber tequila no son focos de contagio? ¿Me volveré a encontrar a don Artemio el de las setas y los hongos en el mercado que esta temporada de lluvias no vendió? ¿Cómo consolar a los que están vendiendo una parte de sus sueños para mantenerse a flote? 

Pero va a pasar. Como me dijo un nuevo amigo, un día te despertarás y habrá dejado de doler. Hay que entrarle con valentía a la pérdida, honrar y recordar. Sólo de esa forma se puede volver a echar a andar lo que se perdió. Las ganas no se pierden, de agradar al comensal, de querer, de sentir esa pasión que es motor de creación, de abrir muchas botellas de vino. Aguantar. Llenarse de fuerza y trabajar sin ego y con muchísima alma. Estoy segura que volveremos a ser exactamente los mismos. Es nuestra condición. 

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