Opinión

Nube viajera: Manteles largos

En The Clove Club se palpa el orgullo de ser escocés, honran el ingrediente británico y juegan a ser modernos, pero son clásicos
viernes, 29 de julio de 2022 · 01:00

Me gustan los hombres que sonríen mucho. Siempre he creído que sonreír es un valor agregado que ayuda a todo, a crear más, a ser más sensible, a soltarse, y, claro, a querer y cocinar mejor. Con la memoria de su sonrisa llegué a la puerta de su restaurante en un día en el que un aire desértico casi insoportable se respiraba en aquella ciudad. Albergado casi mágicamente y cargado de historia me contó después el chef, dentro del Shoreditch Town Hall, el sitio tiene un diseño raro, que también hace que me guste. Poco sitio de espera, mucho bar, reducido restaurante, pequeñita cocina.

La primera vez que fui hace muchísimos años me invitó tremendo cocinero mexicano y la sala estaba dispuesta de forma distinta. Ven Valentina, me dijo el chef -ambos con Negroni en mano-, evolucionamos de mesas de madera y una informalidad comunal a mesas redondas y ovales con manteles azules, es más cómodo para los comensales, me aclaraba mientras yo veía su sonrisa y los tonos baby blue, azul cielo y cobalto. Evolucionar a manteles largos ya no se ve, y en ese sitio, con esa cocina y con esa sonrisa, se nota y hace todo el sentido del mundo.

Dos estrellas Michelin pensaba mientras bebía ese consomé tan divino que se sirve en copa con un chorrito de Madeira muy viejo. Es que hay que creérsela, seguía divagando conmigo misma, en The Clove Club se palpa el orgullo de ser escocés, honran el ingrediente británico, juegan a ser modernos pero son clásicos, y eso en la cocina, cuando es genuino es muy positivo.

Me gustan muchas cosas del restaurante. De Orkney tenían que ser los callos -dulces como pocos-, que llamaron mi atención. Islas escocesas con las que he soñado y en donde en mis cuentos vivía un ermitaño con poderes de adivinación. Qué platazo chef McHale, inolvidable. Es un restaurante donde la tradición británica se ve y no se ve. Sigue sorprendiendo y, repito, adoro que el hombre es escocés y que sonríe mucho. La compañía impecable, una inglesa, un colombiano y un tapatío, dos de tres que comen muy, muy bien.

Pasamos al bar, era claro que no nos queríamos ir y él lo supo. Hablamos de fiestas a las que habíamos ido juntos, de muchos amigos, de futuros planes, todo, lleno de mucho talento y mucho, mucho cariño. Quiero volver pronto a The Clove Club, quizá de noche por primera vez.  Quiero contarle lo que he pensado en sus platos, en sus sillas, manteles y talento y, por qué no, del consomé con Madeira que ya voy a servir con chiles en nogada. Quiero contemplar de nuevo la sala, su danza, el aroma a éxito y, siempre, su sonrisa.

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