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¿Por qué y cuándo empezaron a comerse palomitas en los cines?; aquí la historia

Esto era un boom sobre todo para el público con poco dinero y mucha hambre
domingo, 25 de abril de 2021 · 14:35

Puede que el cine y las palomitas sean una de las parejas más duraderas que han existido jamás. Ir a ver una película sin comer esta variante del maíz, puede ser para muchos, como no ir.  Muchos las hemos conocido desde siempre y no concebimos una sala de cine sin olor a palomitas y aunque comamos otra cosa al ver una película, el espíritu de esta botana siempre permanecerá y reinará el lugar.  Así que vale la pena saber cómo fue que se infiltraron. 

Hoy en día, ir al cine y comprar palomitas es una muestra de poder adquisitivo hasta cierto punto. Hay quienes compran dobles, de caramelo o los más pudientes con refill, tamaño jumbo o hasta con envases de las películas del momento por otro porcentaje más. Sin embargo, esta botana no siempre fue precisamente sinónimo de opulencia. Todo lo contrario. Llegaron al cine durante la época de la Gran Depresión, en 1929 y se terminaron de instalarse para siempre durante la Segunda Guerra Mundial. 

Aunque durante los años 20, los cines estaban reservados sólo para las clases pudientes, donde los empresarios no querían que sus salas fuesen manchadas con ningún tipo de alimento, porque mantenían una decoración parecida a la de la ópera y los teatros y se procuraba que la gente no entrara con comida a ver las películas, en 1927, cuando llegó el sonido a las proyecciones, los cines se abrieron a todo tipo público y no hacía falta saber leer para ver una película. 

Missouri, la cuna de los cines con palomitas de maíz

Por tanto, este lugar era uno de los pocos entretenimientos para los norteamericanos y dentro de esta salida de ocio, se empezaron a permitir la entrada de un cucurucho de palomitas, que se compraban en los puestos callejeros a la entrada del cine. Esto no duró más que menos de 5 años, cuando en Missouri, una visionaria llamada Julia Braden, logró convencer a los dueños del  Linwood Theater para que le permitieran poner un puesto de palomitas en el interior de su local y tuvo tanto éxito, que para 1931 ya tenía 4 puestos en diferentes cines y llegó a ganar más de 14 mil dólares de la época. 

Esto era un boom sobre todo para el público con poco dinero y mucha hambre que buscaba llenarse con un producto barato que saciara las largas sesiones de cinematografía. Pero el éxito de esta mujer no duraría mucho más, porque como pasa en la tierra de los norteamericanos, que inventaron la regla de que el negocio más grande, se come al más pequeño, pronto eliminaron al intermediario vendedor y los dueños de los cines empezaron a gestionar ellos mismos esta actividad y subieron los beneficios de la sala.

Fueron muchas salas de cine las que sobrevivieron a la Gran Depresión, gracias a la venta de palomitas y otros snacks, pero fue hasta la Segunda Guerra Mundial cuando ya definitivamente ir al cine quedó unido irremediablemente al consumo de palomitas en su interior. Sin embargo cuando comenzó a escasear el azúcar en esta época, los vendedores de caramelos fueron desapareciendo al ser racionados, y las palomitas, fabricadas con un producto abundante como era el maíz, fueron el producto líder. 

Para el final de la Segunda Guerra Mundial, la venta de palomitas constituía el 85% de las ganancias de los cines en Estados Unidos y en 1940  el aroma a palomitas de mantequilla  ya era parte de las salas de cine y lo seguiría siendo hasta nuestros días.