Opinión

Nube Viajera: Inseguridades de una tragona

No sé cómo explicarlo, es casi un boicot, pero probar nuevas cosas me pone en esa difícil situación de tener que decir la verdad
viernes, 14 de mayo de 2021 · 01:20

Me volvió a suceder. Ir a un restaurante nuevo me pone nerviosa. Los años no pasan en balde y lo triquis miquis -y lo quise poner filtradito-, se acrecenta y se convierte en terrible agravante. Pobres cocineros, qué culpa tienen ellos de mi intolerancia a lo feo y a lo tonto. 

Hacía unos meses había ya estado ahí aunque confieso que disfrutando poco la comida y más un martini celestial, pero la zona me fascina y algún día , ya por ahí a los 60 años, que mi intolerancia sea un problema público, conseguiré una casa vieja como los cerros limeños, para cada par de meses visitar a los amigos que esa ciudad me ha regalado. Y a comer tartare.

Ricardo me leyó bien desde que lo conocí y me suena a que es un hombre como yo, sin filtro, además de que intuía mientras cruzaba la ciudad en taxi, que su propuesta me gustaría. 

Pero seguía nerviosísima. No sé cómo explicarlo, es casi un boicot, pero probar nuevas cosas me pone en esa difícil situación de tener que decir la verdad. Tengo un paladar particular lo sé, y privilegio lo honesto versus el mame, aplaudo lo simple y las co-
cciones sencillas, las sonrisas genuinas las adoro y, sobre todo, mis gesticulaciones transparentes como mis textos denotan todo. 

Para bien o para mal, todo. 

Llegué tarde buscando el mar, con hambre y con una botella de Borgoña para compartir. Sentía al llegar que algo me iba a gustar y que las cocciones de aquel océano infinito que les envidio a los peruanos serían las correctas. Osado, pero lo digo, casi es tan difícil encontrar un buen martini como un calamar al punto, o menos que el punto incluso.

Llegué a Siete. Ese rinconcito en preciosa calle de Barranco además vecino de un favorito de mi corazón. Sentí tranquilidad. Me gusta poder hablar de lo que siento y esa cocina me permitió hacerlo. Solté el cuerpo, me sorprendieron gratísimamente, cocina cachonda y una mesa de gente sensible y ácida. Una almeja -sólo una, y me chocó-, increíble; calamares así perfectos; una tortilla bien peruana y bien rica y un pescadito como de los que yo haría en casa. Flor o insulto Ricardo no sé, pero tu cocina sabe a cocina de amigos, y eso, es el premio de los premios. Nos vemos pronto.

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