Opinión

Nube Viajera: De barro y porcelana

Como ando cambiando de piel y queriendo hacer cosas que nunca he hecho, quiero hacer mi propia vajilla, esta vez, de mi tamaño...
viernes, 30 de abril de 2021 · 01:40

Lo recuerdo con exactitud, pero eran quizá cinco o seis vitrinas de vidrio de pepita. Así como nunca jugué a las muñecas, sí me emocionaba ordenando el interior de aquéllas cajitas de vidrio que contenían mis estantes de cocina en miniatura y cada vez que se ampliaba la colección.

Mis hermanos no existían, y ese sí que es un recuerdo viejo. Puedo casi sentir cómo contaba los platitos -con no más de tres centímetros de diámetro y que como las matrioskas cabían uno sobre el otro-, de una vajilla punteada michoacana que siempre acomodé cerquita de mi colección de mini cucharas y molinillos de palo para sacar mucha espuma imaginaria. Mis abuelos maternos viajaron una vez a Reino Unido y, al puro estilo consentidor de mi abuela -Doña Palmira Hernández de Nueva Rosita Coahuila y de gusto bastante kitsche-, me regalaron mi primer servicio de té inglés

Porcelana blanca con una o dos flores rosas (el área del dibujo no alcanzaba para más) y lo que más me impresionaba es que a través de la tetera de tres centímetros de altura sí salía tecito, english breakfast, que tomé por años. Luego incluso tuve una mini tetera árabe de bronce, quizá el objeto más preciado de mi vitrina, que sospechosamente desapareció.

Les digo, mi obsesión por los cacharros es vieja como mi alma. Hace poco estuve en Puebla y me contuve de comprar tarros pulqueros pues en realidad ni me gusta el pulque, pero sí los tenía en mi vitrina, un juego de cuatro y con su jarra tradicional de vidrio fundido de botella de Coca Cola. 

Y como ando cambiando de piel y queriendo hacer cosas que nunca he hecho, quiero hacer mi propia vajilla, esta vez, de mi tamaño. No sería la primera vez, lo hice con los alfareros de Valle de Bravo y logré dos piezas perfectas -porque los platos trinche soperos nunca me gustaron-, la taza de espresso y el plato para vongole. Ando indecisa, si trabajar barro negro de Oaxaca costeño y hacer fruteros para mis mangos; buscar buen barro amoroso en otra costa más al sur; o bien aprender porcelana casi japonesa como mi pieza de piedras de Hugo Velázquez. Como autohomenaje, moldearé también piezas miniatura para mujeres de corta edad, pero grandeza en sueños de aromas y sabores. Los tesoros, y se los cuenta alguien que sabe de eso, comienzan a engordarse en la niñez, ya todo el resto “es Cuautitlán”. 

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