Opinión

Nube viajera: Vivir en mi cocina

Pienso mucho en hacia dónde voy en la vida, con quién quiero estar, dónde quiero habitar y cómo es mi espacio para cocinar y reírme muchísimo

Nube viajera: Vivir en mi cocina
Valentina Ortiz Monasterio Foto: Especial

            A Pedro Torres

Ya en el Popol Vuh –que para los que no sepan narra la creación del universo desde la visión y cosmogonía maya–, las describen como espacios con propósito de vivienda, vínculo con lo divino y oportunidad para el sustento. 

Armada perfectamente con troncos, carrizo, palma y tierra, las casas mayas se han construido hace miles de años y su diseño no se altera. 

Un techo de dos aguas y de forma oval para la mejor circulación del viento y,  –ahí le entramos al tema–, un área que es cocina, comedor, “oficina” y casa. Porque pienso mucho en hacia dónde voy en la vida, con quién quiero estar, dónde quiero habitar y cómo es mi espacio para cocinar y reírme
muchísimo.

Llevo decenas de años soñando con mi cocina ideal. Y paso por fases. Tuve la de llevar trojes michoacanas de tejamanil a la orilla del lago que me vió crecer. 

Aquellas construcciones tradicionales purépechas, granero, oratorio y casa que también servían para recibir, y a las que siempre pensé agregar un brazo externo de una gran rebanada de árbol que saliera desde una ventana y en donde nos sentáramos todos a comer. Desde mi cocina, ¿quiero ver el mar?, ¿las montañas?, ¿un cenote?, la decisión tiene mil aristas.

Acceso de mi tribu y acceso a productos que me gustan mucho. Tiene que haber grandes jitomates, vinos y productos del mar (y sí se pueden volar y sí no soy la proclive a seguir las reglas de la huella de carbono); viento y brisa porque me purifica y también sol; atardeceres con algunos cielos rosas (no todos porque también hay grises y negros) y muchísimas macetas con las flores y las plantas que me voy robando por el mundo. 

Puedo vivir sin aire acondicionado, sin thermomix, quizá sin mis bowls, pero no concibo esa cocina-casa de mis sueños sin un rack de mil especias, las ventanas a las vistas más mías, mis libros de cocina, las vajillas de mi colección –u otras de otras colecciones–, buenos cubiertos, ziplocs –sí, soy de esas– y bien fumigadita.  

Voy adicionando ideas, a veces quiero tener un salar cerca, después me acuerdo de que soy urbana y caótica, a veces quiero cerezas francesas y sé que siempre masa para echar tortillas. Ah, y un comal oaxaqueño empotrado. Así mis ideas.

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