Cómo ha llovido. Gotas, viento, mis árboles inmensos desplazándose, ramas, ríos, crece la profundidad del agua en la barranca de enfrente, croan las ranas, reverdece el lirio y hasta se oyen cascadas. Mi ciudad está mojada y aunque se colapse y las heladerías no vendan lo que quisieran, se siente algún grado de purificación en el caos. Y llegan los hongos.
Hoy guiso un pipián porque hace frío y le voy a poner pedacitos de papa sinaloense de mi amigo Bosco y quizá habitas verdes a ver si di con ellas. Siempre arroz blanco, tortillas recién echadas y, para calentar el alma, una sopa de hongos. Encargué pancitas, patitas de pájaro a ver si corría con suerte y mucha seta de San Pablo Chimalpa, me gustan sobre un consomé de verdura muy claro, con poquito epazote y mucho cebollín, y servido a una temperatura casi que queme la lengua y en tazón de consomé de doble asa.
Óyeme como quien oye llover, no atenta ni distraída, pasos leves, llovizna, agua que es aire, aire que es tiempo, comienza un poema de Octavio Paz. Cómo ha llovido. Ha hecho frío, he descansado, levantado barreras invisibles de paz y de amor en mi casa -mi castillo-, y me he dedicado a comer sopas, a trabajar creando y uniendo, a inventar itinerarios, ordenar el alma y ordeñar las emociones. Óyeme como quien oye llover.
Quiero hacer tortitas de huauzontles y sumergirlas en caldillo de jitomate con algún queso super añejo, del sureste de mi país, espolvoreado. Cómo ha llovido. Quiero que se polinicen tréboles de cuatro hojas en mi jardín, quiero ese taco de Pujol de huitlacoche con mucha trufa encima, quiero pápalo, no sé para qué pero quiero.
Cuando me meto a la cama pienso en el frío y sufro ajeno. Quiero cobijas más calientitas para todos y atole en la mañana para el ánimo, para la vida, para la energía y para saber que todo se puede aunque cueste muchísimo. Nunca he tenido una buena chamarra para la lluvia y las gabardinas no abrigan, los chilangos así somos, llueve meses en esta ciudad y no tenemos paraguas, vivimos trapeando, la impermeabilizada es permanente, el rímel se corre como cuando uno llora y no conozco a nadie que tenga botas para los chubascos.
Ver llover, así las tardes frente a la computadora ideando poder suave y viendo a través de las ventanas los chubascos capitalinos. Tratando de moverme poco de mi barrio, comiendo mucho pan con mantequilla y mermelada y tomando té. La lluvia es símbolo, purificación, renovación, melancolía, muchas emociones se evocan. Quiero hacer un caldito de camarón para el fin de semana -también con papa-, trabajar en aflojar la tierra de algunas jardineras y estar, sólo estar. Óyeme como quien oye llover.