A ver el mar, a probar hierbas muy francesas, a beber vinos muy, muy elegantes y a soñar con que me atrevo a robarme cucharitas de los restaurantes. A recorrer el mercado matutino con él, a ver algo de chocolate, a bañarme en una tina, a comer mar Mediterráneo e intuyo mucho caviar, a eso voy emocionada de groupie de Ducasse, hoy y mañana. Y pensaba -y entre tanta probadera, ya casi se me había olvidado-, recuerdo, de uno de sus restaurantes en París, uno de los bocados qué más sentí en la vida: un estofadito de alubias en un sofrito con grasa de esturión y muchísimo caviar encima. Y Levlaive, esa noche era Leflaive.
Voy nerviosa, porque viajar -sí, por inverosímil que parezca-, me pone nerviosa. Triunfos de cocineros a los que admiro, dolor de panza permanente de cocineros a los que quiero, nostalgia de cocineros a los que adoro y mis zapatos, mis vestidos y mi shampoo, en camino de la mano de Mr. Hot Pants. Ya escuchaste mi amenaza, me cuidas mi maleta Gordo.
Luego, a ver a gente pasar Negroni en mano. Turín, capital de la región italiana de Piamonte, ese Turín de la casa Saboya y de Fiat, ese Turín que de cocineros del mundo entero observará atento las sonrisas, las borracheras, los celos, el desdén, la provocación y las cosas que suceden cuando compiten unos contra otros -en todos los sectores-, ese Turín rico de principio a fin. Let the games begin.
A quien lo sabe, ya le puse mi altarcito, hay una velita prendida de lavanda de una tienda de botánica que me gusta y mucho, un exvoto pendiente que no han reclamado, algo guadalupano, algo huichol, una piedrita redondita, un deseo, una ciruela fresca de mi jardín y algo de copal para espantar a los colados. Que todas las noches sean noches de boda, que todas las lunas sean lunas de miel. Se siente el poder de las cocinas de la gente amable, se siente la vibra de que todo es para bien y, que sea lo que sea señores, acuérdense: las verdaderas listas son las de las reservas y las de los amigos. Valor a las cosas que valen la pena.
Se ve, se siente, México está presente. Y sigue la travesía. Voy a un restaurante de paredes rosas intervenidas por Francesco Clemente, voy a las colinas Langhe, a ver de cerquita Gaja en la región de Piamonte, quizá a saber cosas nuevas de Barbaresco y con suerte, a disfrutarlo con quien me gusta hacerlo. Pero sobretodo, voy a sonreír satisfecha por un esfuerzo descomunal y de enorme gloria promoviendo la tierra que me vio nacer y que orgullosamente sabe muy bien. Mucho talento, mucho esfuerzo, muchos caídos, muchos frustrados, otros sin pena ni gloria, tantos gloriosos, pero todos, cocineros que ponen en alto el nombre de México. Salud por lo que viene y que ¡Viva México!