Opinión

Nube viajera: De bar en bar

Gente como uno, que pasa largos momentos de su vida sentada en una barra, aprecia al que le sirve el trago cuando el que lo hace es compasivo con sus clientes

Nube viajera: De bar en bar
Valentina Ortiz Monasterio Foto: Especial

A veces me da penita ser tan así, como soy. No siempre, pero en ocasiones me encuentro en situaciones en las que la oferta es amable, las ganas son tremendas, el storytelling detrás de cada trago es quijotesco y yo salgo con la misma de siempre: no gracias, a mi solo me gustan los cocteles clásicos. No abro mi corazón diría mi papá, no, no lo abro. 

A veces ando con suerte y los creativos detrás de la barra celebran mi necedad y se ríen de mi. ¿O no, Nacho?, agradecí infinitamente las propuestas de coctelería fancy, elaboradísima, cariñosa y cachondita, pero no puedo, y suceden dos cosas, o con sonrisa convenzo -como ese día en Brava que, osada, cambié de chamba, de crítica a bartender y armamos martnis in & out con los chavos-; o me voy directo a una cuba, la cuba que nunca falla. Pero eso sí, hay que ir a Saltillo a comer con estos valientes llenos de corazón y de red angus, juventud divino tesoro.

Pero pues en este mundito en el que me muevo de noche (porque de día soy prioritariamente buena vendedora, contadora de cuentos, contenedora del amor más lindo que jamás ha existido y mamá), luego es complicado que un “no” se entienda bien. Digamos, gente como uno, que pasa largos y agradabilísimos momentos de su vida sentada en una barra, aprecia al que sirve el trago cuando el que lo hace es compasivo con sus clientes. ¿Por qué pensarían que me gustaría un Negroni con una naranja cristalizada en sal de gusano?, y si le digo que mejor “naranja normalita”, ¿se ofendería? Qué difícil ser yo, efectivamente.

La primera vez que fui al nuevo Pujol, Enrique me invitó a probar cositas. Veníamos de tiempos de mucho foie (grandes anécdotas) y pasábamos a tiempos de oda al taco y de menos es más. La comida fue gloriosa, pero el cierre, inolvidable. Pidió un Bacardí blanco puesto para cada quien, en vaso cidrero delgadito, hielo hasta el tope y coca normal. Larga vida, dije, larga vida, y ahora, está de cumpleaños veinticinco.

Hoy, me tomo un martini de esos que poca gente me sabe hacer, en tremenda barrita de la Carrera 13. Espero que tengan mejores aceitunas, espero que me den de comer porque luego se les olvida entre tanto ponernos al día, espero que las estrellitas se asomen dichosas de tanto cariño, complicidad y abrazos. Me gustan los restaurantes que entienden que el reposapiés de una barra debe estar medido con inteligencia y asesorado por borrachos, con ganas de que los que gozamos nos quedemos, consumamos pues. Y ya en plan sibarita total, la barra del Milford en Madrid, tiene hasta colchoncito para reposar los antebrazos mientras Santi sirve los mejores gintonics de la comarca. Bien llenos de hielo, bien llenos de ginebra. Así, de bar en bar. 

P.D. Bravo Condesa Gin que se llevó medalla de oro y Sprit of the Year por el London Spirits Competition 2025 con su destilado insignia, Condesa Gin Clásica. Ginebra chilanga, elegante, y mejor aún, mexicana.