Opinión

Nube viajera: Del amor y otros demonios

En mi mundo, estoy vinculada emocionalmente con más de un cocinero, en mi mundo, deseo idéntico sentarme en Pujol que en Nicos o en Harry Sasson.

Nube viajera: Del amor y otros demonios
Valentina Ortiz Monasterio Foto: Especial

Hola, soy Valentina Ortiz Monasterio y soy poliamorosa. Sí, en mi mundo, estoy tan enamorada de un taco como de otro, de un tartar como de otro. En mi mundo, estoy vinculada emocionalmente con más de un cocinero, en mi mundo, me seducen casi de la misma forma un Selosse que un Leroy, en mi mundo, deseo idéntico sentarme en Pujol que en Nicos o en Harry Sasson. Así nací, generosa de afectos, llena de deseos y con mucha, mucha estamina para pasarla bien. 

Tengo -o tuve-, no sé bien, un gran amigo que siempre me habló del poliamor y de lo feliz que lo hacía. Confieso que en la cotidianidad de una relación de pareja yo no sé si puedo porque tengo ínfulas de reina, pero claramente él sí. Revisé con detenimiento su significado y, en resumen y sin entrar a temas moralinos que dan hueva, el poliamor debe necesariamente reunir ciertos factores: ser más de dos, la existencia del amor y haber consenso. En mi caso y en mi mundo, sí, son más de dos, porque vaya que me gustan mucho muchas cosas; el consenso se logra aunque me lo callo porque no conozco -y lo digo con respeto- filum más celoso que el de los cocineros;  y el amor, mi amor, es evidente, es que se me nota tanto.

Creo en la lealtad más que en la fidelidad. Digamos no se puede estar jugando así nada más y cambiar de taquería de buen rib eye a taquería de estrella Michelin, sólo porque a quién sabe quién se le ocurrió. Hay que congruentes con uno mismo, y sí, the grass is always greener on the other side pero, a ver, mejor calidad que cantidad, y hablo comenzando por mí misma, estoy convencida que menos es más. Una tetela sin parafernalia casi siempre es mejor que las tetelas disfrazadas, que los hombres producidos, que los vinos compotados o que los menús con mucho platillo con “humo”.

Y luego, pues está el espinoso tema de las pasiones humanas. Yo he ido toda mi vida a los puestos de comida corrida del mercado de Valle de Bravo. Como a mi abuelo su abuela, a mí me atiende la Güera que tiene los mejores chiles rellenos y fabulosas tostadas de pata. No obstante, las albóndigas de res me parecen muy grandes y huevudas, y siempre me han hecho ojitos las del puesto de al lado, más redonditas, un caldillo de jitomate más consistente, le ponen calabaza y papa en cubos y el chipotle es al gusto del cliente. Pero no he tenido la valentía de sentarme ahí, no le puedo hacer eso a la Güera, sería, como en la vida, romper un pacto no escrito de amor, y ni modo, creo fervientemente en el amor, de ese, que es para siempre. Con o sin albóndigas.

Mucho que recoger y observar de estos temas de los que no se habla. Me quedo hoy con la profundización de la teoría del equilibrio platónico, ese delicado balance entre la pasión, la emoción y la razón. Eso, es amor del bueno.

Temas