Confieso que la vanguardia en su punto más avanzado a veces me pone nerviosa y cuando él me habla de lo multisensorial comienzo a ver borroso. ¿Nos tenemos que dar las manos al comer?, ¿me van a vendar los ojos? Solo se ríe de mí y yo de él, y por eso nos caemos bien. Pero él sabe que respeto la técnica y que, ante todo, como a él, me gusta que las cosas no solo estén bien hechas sino sepan bien rico. Le gustan las Margaritas Golden, esas que estaban de moda cuando los tequilas blancos no eran tan sofis como hoy, y que, la verdad, por él se fueron ganando un lugar en mi corazón; canta las canciones que yo canto y como yo, es intenso y apasionado.
Tengo recuerdos muy viejos y muy nuevos de Jonatan. Cocinando con Benito en Manzanilla; siendo elogiado por Joan Roca como un triestrellado seguro mientras yo atónita escuchaba y servían sopa de un sifón; abrazando a Renzo -cariñosos como ambos son- después de servir mucho chicharrón con caviar y de una cena inolvidable; presumiéndome el horno de Pedro en Primo en Playa del Carmen y presumiéndome (cosa no común) el restaurante del colega; esperando insistente que una de mis hijas se comiera un cacahuate con foie, y hasta un día, filmando la historia de su progreso como cocinero en Buenos Aires. Muchas historias, en Morelia hablando de gazpachos morelianos -como el de su menú de hace no sé cuánto-, de bares con bandidos y de princesas purépechas. Y viendo estrellas, porque ese cocinero de Le Chique ahí en Puerto Morelos -me hizo prometer no decir nada pero no me aguanto- auguro será conquistador de lo que viene en la Riviera Maya, es un romántico como yo que le gusta ver las noches estrelladas.
Los premios los tiene todos, los mexicanos, los que me caen bien, los que menos, los franceses, los ingleses, los de mi amigo Marco, ay tiene todos que ya hasta cansa, pero honor a quien honor merece. Y ahí estuve, en Le Chique, en ese restaurante en donde no se adivina, en el que siente quien quiera sentir y quien se deje, en ese sitio en donde los protagonistas son el México ancestral y la vanguardia, el sikil pak, los centollos, el mestizaje y hasta el “¿en serio el huevo que quiso ser panucho?”.
Acabo de comer con él, acabo de comer con Jonatán Gómez Luna, un pan chino con escamoles y chileatole, una marquesita con trufa (es que en serio, se pasa), su ensalada César de siempre que me gusta por la geografía a la que rinde homenaje pero también por acidita y por hablarle a cocineros con sus platos, y un vuelve a la vida yucateco, de callo y pulpo, wow, un plato -como dijo él- “lechicsoso”. Y lo que viene, porque a este señor le falta un tornillo y eso Jon, que nadie te lo quite, es atributo indispensable para la propuesta de cocina que tienes, la de ayer y la de hoy. Se dice fácil.