A Isidro.
Llevaba tres o cuatro días con un hueco en la panza. No es mi forma de ser -o me aguanto y me hago la macha como ya bien aprendí a no hacer-, pero las sensaciones, además de muy poca hambre, eran de cierta angustia, algo de miedo, muy incómodo, muy difícil de describir, medio vacía. No sólo porque no me hace bien no desayunar mis huevos a la mexicana con tortillas recién echadas, café de los míos en mi taza de China Bone, frijolitos y salsa verde (ahora ando en salsas crudas), sino porque el hueco significaba muchas cosas, eso lo sé, pero siendo práctica y controladora como soy, me preocupaba más no entender lo que me estaba sucediendo que mirarlo.
Había estado el fin de semana en la Fonda 4 Vientos, ahí con la mejor cecina y jugo de naranja en vaso de malteada, pero con poco apetito y con pocas sensaciones en el paladar ¿lo habré perdido para siempre?, ¿volveré a sentir lo que yo siento en las papilas?, ¿qué chingados me está pasando?
Días ocupados, mucha energía rara, mucha energía que drena pero cuando toca, toca; algo estaba sucediendo y yo seguía tratando de adivinarme.
Alineación muy particular de los planetas leí por ahí, pero yo escéptica continué casi sin hacer caso y, sin hambre. -Además, viene un eclipse y el caos no es sólo tuyo-, me dijo un maestro de artes marciales, -es colectivo y se va a poner peor-. Me aterré, mis sensaciones de energía ajena a mí se acrecentaban, por momentitos se me mojaban los ojos aunque no lograba llorar. Y ahí, una mujer que entre otras cosas le entra a estos temas del café de especialidad, me supo leer y me dijo, -insístele, yo me siento igual y no está fácil. Así, me acerqué a él interrumpiendo su rutina y me dijo sonriendo, pero mirándome profundo, -ya te escribí, miércoles en la tarde. Agradecí el gesto y aunque me di cuenta que faltaban 24 horas, mi maraña de sentimientos generaron que el tiempo pareciera una eternidad, !vaya¡, ni quesadillas se me antojaban y tenía muy poca sed.
El resto de la historia es personalísima y no apta para escépticos. Visitamos juntos linajes, visitamos mi cuerpo en su totalidad, visitamos y viajamos y comencé a recuperar fuerza y poder. ¿Ya puedo comer? Tengo hambre, -haz lo que tu cuerpo te pida- me respondió, -pero no dejes de observar todo lo que sientas y llevar oxígeno a donde se necesite-. Llegué a casa, trabajé, preparé un Martini, tomé muchísima agua y me comí dos tortas de jamón con chilitos en vinagre con un hermanito que tengo, que en otra vida cantaba en coros de iglesias y veía el amor de otra manera. No sólo ya tengo hambre, soy yo de nuevo y me siento inmensamente vigorosa, valerosa y Valentina.