La Ciudad de México tiene una manera particular de recibirte de vuelta. No te pide explicaciones ni exige gestos grandilocuentes. Simplemente está ahí, con sus calles desbordadas de vida, con su bullicio que se siente como una vieja conversación a la que puedes volver sin esfuerzo. Me fui un tiempo, pero el hambre me trajo de regreso. Hambre de algo que no se puede pedir en un menú: un plato que no solo alimente, sino que acomode algo dentro. Algo que te haga sentir que, a pesar del tiempo y la distancia, sigues siendo de aquí.
El amor después del 14 de febrero se parece a esa búsqueda. No es un despliegue ni un espectáculo, sino una certeza silenciosa. Está en el primer bocado después de un día largo, en la copa tempranillo que alguien sirve sin preguntar (saludos Lucía), en la última rebanada de pan que alguien deja en la mesa sin hacer ruido. Es la suma de pequeños gestos que, sin querer, terminan significándolo todo.
Esa tarde de búsqueda llegué a Marea sin plan, solo con hambre. Hambre de algo que simplemente supiera bien. Algo con el equilibrio de acidez y frescura que solo un buen aguachile puede tener, la profundidad de mariscos bien tratados al fuego, la calidez de una tortilla que aguanta el peso de su relleno sin ceder. Comida que no se anuncia con fanfarria, pero que habla claro en cada bocado.
Regresar a esta ciudad es como volver a un puerto conocido, donde los sabores familiares aparecen con nuevas historias.
En Marea, como en la vida, la clave está en los detalles. En la manera en que el picante no domina, pero sí marca presencia, en la paciencia que requiere un pescado bien zarandeado, en la dulzura que llega al final sin prisa, como el postre de plátano con crema y cajeta, Un último bocado que sabe a hogar, a infancia, a todo lo que se queda cuando lo demás se va. Alguna hechicería de la chef Lula Martín del Campo que transforma lo cotidiano en algo inolvidable.
No sé si Marea se volverá parte de mi rutina o si solo será una nota al pie en esta nueva etapa, pero lo que sí sé es que ese día, en esa mesa, hubo algo de amor en cada bocado. Y eso, al final, es lo único que realmente importa.
¡Buen provecho!