"Se puede vivir de la fantasmagoría sin pesadumbre, con alegría, riéndose de la vanidad del mundo y de la propia”, dice Henry James en La lección del maestro. A veces la timidez puede proyectarse como una gran virtud, sobre todo si es la vía para la introspección, el autoconocimiento, el diálogo con la naturaleza y con uno mismo, como ha sido el caso del chef francés Michel Bras, quien visitó México hace unos días y recibió un homenaje organizado por el chef Oswaldo Oliva, de Lorea.
En una época en que los galardones y los seguidores en redes sociales son prioridad de muchos, incluyendo cocineros que se entregan con furor a esta fantasmagoría contemporánea; existen personajes que nos exhiben conduciendo en la ruta contraria, en como los valores humanos, añejos e inquebrantables siguen siendo una de las mejores vías para alcanzar éxito y la plenitud personal.
Para muchos cocineros de nueva generación, Michel Bras puede ser un desconocido, pero es patente su relevancia en la historia de la gastronomía, como pionero de la cocina natural y en la creación de platillos como el Coulant de chocolate y el Gargouillou, una auténtica ecuación sobre la prodigalidad del campo, los vegetales y su lectura en el intelecto humano.
Con el aplomo y la sencillez de un sabio, Bras conquista inteligencias y corazones no por ser un rock star o un amo de las guías culinarias como ahora muchos otros suelen impresionarnos. Dueño de un humanismo genuino y de una comunión inagotable con su esposa Ginette, nos da una visión de la cocina, su cocina, que está sustentada en ese diálogo inquebrantable con la naturaleza, más su profundo amor por el prójimo, en una genuina solidaridad con la gente y con su país. Le Suquet, su restaurante insignia, dirigido actualmente por su hijo Sébastien, es ejemplo patente de un sistema de vida y de trabajo que para muchos podría ser una utopía: un Camelot culinario sin títulos, donde a cada quien se le reconoce por su nombre del pila, en una atmósfera de cordialidad cotidiana.
“Creo en la cocina del corazón, la que respira la vida”, dice Bras, trazando la lección de que los mayores éxitos no se sustentan en la búsqueda de la fama y la riqueza económica, que en un mundo de estrellas y reconocimientos, el mayor premio “es que los comensales regresen entusiastas a tu establecimiento”.