Puse muchísimas hojas de Garra de león –las famosas filodendro paraguayo, del griego “philo”, amor, y “dendron”, árbol– e inmediatamente me sentí calientita. Me fascina el verde, y ahora, me despierto como siempre, tempranito, y veo cómo crece y atrapa a un árbol que se ve por mi ventana, desde la cama, esa enredadera de chayotes y cómo comienza a entrar la luz, las ranas ya están dormidas a esa hora y los pájaros a todo lo que dan. Qué suerte la mía.
Adoro el mundo vegetal, así es. Me gusta comérmelo, me gusta leer de él, me gustan sus colores y me hace sentir bonita morderlo. Ya quiero comerme las hortalizas que Guido me ofrecerá en unos días en El Prefe e intercambiar semillas e ideas de las cosas que me gustan mucho y también de las que no. Sigo en verdes. El domingo salimos a tomar solecito a mi terraza, es cierto, no le he echado energía a reactivar mi huerto, pero apenas deje de pensar en las arañas que se quieren comer mis tomates; comienzo, por lo pronto, a buscar ese silloncito para echarme ahí a ver el cielo, las plantas, el verde de mi vida. Qué buena idea tuve.
Como ando terminando mi altar de muertos y soy de las que creen que los teléfonos oyen todo, me apareció así de la nada en la pantalla un té de cempasúchil de bonita presentación y de mi amigo Julio, de Hacienda Zotoluca, que llamó mi atención, ya quiero probar. Compré mucho terciopelo y cempasúchil este año para el centro de mi altar en distintas alturas y, junto con el alfeñique más grande que se haya visto, serán piezas importantes de la ofrenda. Apunté que me faltan para la ofrenda –y también del mundo vegetal ambos–, chiles secos para el molito del más allá y, claro, Petrus.
Tengo en la memoria reciente lo que sentí cuando me comí una rebanada de mamey en el puesto donde he comprado fruta toda mi vida en el mercado de Coyoacán y casi lloro. Por las emociones que me generó estar ahí, por la textura del vegetal, por la fineza de las atenciones de mis marchantes y por cómo nos abrazamos cuando les regalaron a mis amigas Jo y Belén ciruelas mexicanas. Espacios con alma, frutas con alma, amigos con alma. “Laaaaa sandíaaaaaaa”, “eeeeeeeel catrín”, se oía por allá en otro puesto vecino. mientras risa y risa los que atendían jugaban lotería y el mercado entero hacía ruido bonito, de ese con el que yo nací.
P.D. Feliz cumple La Once Mil, un primer gran año de mis tacos del barrio, los venerados, los criticados, los envidiados, los fotografiados, los que me gustan –sin duda el de New York y con mucho limón, el que más–, porque yo adoro las cosas bien hechas, con corazón, calidad y con mucha alma. Por 100 más César. ¡Salud!