Cada año, México revive una tradición que se huele, se saborea y se respira en los días cercanos al 1 y 2 de noviembre: el pan de muerto. Esta pieza horneada se ha convertido en símbolo artístico y culinario que articula memoria, identidad y consumo.
Su origen es híbrido: mezcla de rituales prehispánicos relacionados con la muerte y prácticas católicas del Día de Muertos. Aunque no existe un documento histórico único que marque su invención, se sabe que la forma redonda y los “huesitos” sobre el pan evocan el ciclo vital-muerte, mientras que el “gorro” representa la calavera. Con el tiempo, su consumo pasó de los altares a las mesas del público general.
El pan de muerto tiene una temporada delimitada: generalmente comienza su venta en octubre y culmina en los primeros días de noviembre. Esa estacionalidad le da un valor simbólico y comercial. En ciudades como la Ciudad de México o Puebla, los panaderos estiman comercializar millones de piezas durante esta temporada. Por ejemplo, algunos gremios panaderos han manifestado que solo en CDMX se venden entre 10 y 12 millones de panes de muerto al año, generando una derrama económica significativa para las panaderías, proveedores de ingredientes y comercios locales.
La temporada obliga a la cadena de producción a adaptarse: ingredientes frescos como la mantequilla, harina y azúcar suben su demanda; los tiempos de producción se optimizan y las estrategias de venta (prepedido, promociones, ediciones especiales) se vuelven clave para no desperdiciar producción.
Pero el pan de muerto también vive una transformación contemporánea. Hoy lo vemos en versiones gourmet: rellenos de chocolate, matcha, mezcal, rellenos salados incluso, o presentaciones artísticas. Algunas panaderías reinterpretan su forma, textura y acompañamientos para adaptarse a públicos jóvenes sin perder su esencia.
Para los restauranteros y negocios gastronómicos, introducir versiones de pan de muerto en el menú (como postres especiales, panes para brunch o maridajes con café o cremas) representa una oportunidad de sumarse a esta tradición con creatividad e identidad. Eso sí: respetando la historia, la calidad y la autenticidad.
El pan de muerto no es solo un pan: es una memoria horneada, un puente entre generaciones y una oportunidad de negocio estacional. Y, cada octubre-noviembre, nos recuerda que en México comemos con memoria y celebramos con sabor.