Opinión

A pedir de boca: Sabor a angustia

Cuando usamos el alcohol para lidiar con emociones “negativas”, le arrancamos toda esa magia y lo reducimos a una simple anestesia temporal

A pedir de boca: Sabor a angustia
Santiago Garrido

¿A qué sabe lo que sentimos? No lo sé. Yo soy muy de pensar en comida y muy de sobrepensar todo lo demás. Curiosamente, hoy es el Día Internacional de la Salud Mental, y no estoy gozando de la mejor en este momento. Me siento como esos sándwiches de cafetería que se presionan entre dos placas calientes. Así, exactamente así, me siento yo. Y advierto que no soy el único. Así estamos: tratando de sobrevivir en ese extraño lugar entre el verano y Navidad.

Y dejando la tristeza —y los paninis— a un lado, quiero recordarles que somos lo que comemos y lo que bebemos. Con eso en mente, quiero compartir una de las poquísimas reglas que tengo en mi vida: cuando me siento triste, angustiado o fuera de mi centro, nunca bebo.

Y aunque suene simple, para alguien que adora el vino y puede atrincherarse en la mesa de un restaurante entre copa y copa por horas, es algo difícil. Sobre todo porque hemos sido entrenados para ver el alcohol como una herramienta para lidiar con las dificultades. En todos los ámbitos, en todo el mundo. Desde Carrie Bradshaw zampándose un cosmopolitan después de un mal día, hasta Winston Churchill, que empezaba con el whiskey en el desayuno.

Y justo así empieza: una copita para lidiar con “algo” se convierte, sin darnos mucho cuenta, en una botella para lidiar con todo.

Y aquí no juzgamos. Todo menos eso.

El vino es algo magnífico y espectacular; tiene la cualidad única de recordarte los mejores momentos, de llevarte a lugares que extrañas, o incluso a los que nunca has ido. Nos da elocuencia, y a los introvertidos nos ayuda a sentir un poco menos de esa misma angustia.

Pero cuando usamos el alcohol para lidiar con emociones “negativas”, le arrancamos toda esa magia y lo reducimos a una simple anestesia temporal. Que, además, es un depresor. Así que ya te imaginarás a qué sabe esa angustia. Para todos es diferente.

Sin más, te invito a que disfrutes el fin de semana: con o sin copas de vino. Y si, como yo, estás pasando por un momento que se siente más bien complicado, te dejo una frase de una gran poeta y filósofa veracruzana:

Siempre vendrán tiempos mejores. Buen provecho.

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