Nunca he tenido una memoria privilegiada, salvo cuando se trata de sabores. Cuando supe que mi tiempo aquí terminaba, me encontré caminando con nuevas amigas por la calle de Stirling Dickinson, hacia una puerta azul con una mano de bronce al centro. Era como si un aroma nos llamara.
Tras esa puerta descubrimos Joleisa, una pastelería pequeña, nueva, pero llena de carácter. Ahí conocí a Lety, una chica brasileña-mexicana que lo hace todo: chef, pedagoga de profesión, contadora, creativa, esposa y ahora mamá. Entre charlas y mordidas a galletas y brownies recién horneados, me contó sobre los años que pasó probando, fallando, volviendo a intentar hasta llegar a lo que ella llama “la galleta perfecta”.
Fue en ese momento cuando lo entendí. Vi mi propia historia reflejada en las galletas de la vitrina de Joleisa. Todo lleva su tiempo, sus pruebas, sus aprendizajes. A veces el círculo no es perfecto, pero eso no le quita valor –contrario a la creencia popular; ni la vida ni la repostería tienen que ser perfectas–. Me di cuenta de que, aunque San Miguel me había transformado, ahora era momento de cerrar el ciclo. Todo esto mientras me daba cuenta que el mejor maridaje para una galleta de espresso, es un ristretto.
Irme de un lugar que me dio y mostró tanto no es fácil. Este lugar me tragó hace dos años y, como la ballena de aquel libro famoso, ahora me escupe de vuelta. Me devuelve al mundo con lecciones que nunca olvidaré. Las aventuras, las lagrimas, los retos, los amores, las personas y los sabores… todo eso me acompaña ahora que regreso a Ciudad de México con el corazón y el estómago lleno.
Gracias, Lety, por darme esta lección sin saberlo. A través de una galleta espectacular, entendí que los finales no necesitan ser perfectos para ser importantes. A veces, las mejores historias quedan en las migajas, en el recuerdo del sabor que permanece
incluso cuando todo lo demás se ha terminado. San Miguel me enseñó a despedirme, y a hacerlo con gratitud. Porque cuando solo quedan las migajas, lo único que queda por decir es adiós.
¡Buen provecho!