Opinión

Nube viajera: La vida a través de un taco

Se vienen días sin tacos, sí, pero se vienen días de coleccionar cielos y atesorarlos para siempre.

Nube viajera: La vida a través de un taco
Valentina Ortiz Monasterio Foto: Especial

Hora y media después de darle alegría y fuerza a mi cuerpo y sabiendo que venía un día espantoso (porque así hay días), me estacioné enfrente del parque de la barranca de mi casa, atrás de la gasolinera. —Juancho, ¿cómo sigue tu hermano? —pregunté, —Llegaste tarde a preguntar porque ya se murió jefa —contestó —pero cuántos te pongo —.

—Dos —dije, necesitaba esa ingesta gloriosa de una buena porción de proteína, en este caso cabeza, en taco evidentemente, sin copia porque no me gusta y con salsa roja cruda. —¿Le diré que lo siento mucho? —pensé, toca por cortesía, pero conozco al taquero hace ya unos cuatro años y sabía que lo que quería era cotorrear, verme comer y seguir adelante. Porque la vida es para adelante, para atrás ni para tomar vuelo.

Y es que así las andanzas, con altas y con bajas, con momentos cuasi mortales pero con solecito que eventualmente sale, sigo conversando de últimos tiempos alrededor de los tacos. Pasé horas en temas médicos (de más), veía a la gente y, claro, cuando uno anda nervioso, come y casi siempre mal. Mi estudio antropológico de visitas médicas fue genial y con findings importantes. Unos comen Rancheritos, lo celebro, son mis papas favoritas y dicen mucho de la gente; muchas mujeres las vi comiendo sándwich comprado en la famosa cafetería de la sirena de la que adoro el latte, pero a mí los sándwiches me gustan en mi casa, si es fuera, sin pensarlo privilegio una torta o un taco.

Y mientras observaba lo que sucedía a mi alrededor y en mi interior, a veces caos, a veces calma, pero más y más certidumbre, pensaba, si alguien pusiera un puesto de tacos de aguacate acá afuera sería un éxito, con tortillas bien hechas, orillas quemaditas y un chingo de buenos deseos incluidos, es que en serio, un taco de aguacate es invaluable. Un taco de aguacate salva vidas.

Hace días que no piso un restaurante, proyectos que consumen tiempo, organización de la vida, un viaje en puerta, sin queja pero no me ha dado tiempo. ¿Será que me voy solita a cenar a Bakea?, me pido un Martini que sirven como en pocos sitios de la ciudad y la ensalada lyonesa de siempre, echo ojo a los especiales del día. —¿Será?, me haría bien —pensé, y cruzó por mi cabeza la opción de unos tacos dorados en mi casa, arroz blanco, aguacate, crema, queso y agua de limón. Nuevamente, triunfaron los tacos.

Hoy es viernes y el cuerpo lo sabe. Salgo a mi pueblo brevemente a ver mi lago y, cómo no, a comer un taco de arroz rojo y huevo duro, los de siempre, de por allá, porque hace bien al alma. Se vienen días de nostalgia, se vienen días de vinos argentinos, se vienen días de cocina rica e ideas contagiosas, se vienen días de grilla, se vienen días de construcción, se vienen días que añoro, se vienen días sin tacos, sí, pero se vienen días de coleccionar cielos y atesorarlos para siempre. Complicidad y cariño, alegría y dimensión, crecimiento y, luego, más tacos.

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