Opinión
A pedir de boca: El sabor que siempre estuvo ahí
Algunos sabores son eternos y, en un mundo tan cambiante, algunos ingredientes nos regresan a lo esencialDesde que tengo memoria, la cocina siempre ha sido un espacio sagrado en mi vida. Horneé mi primer pastel cuando tenía apenas 8 años, una simple receta que, en su momento, parecía el mayor de los desafíos. Recuerdo estar parado sobre un banquito, alcanzando apenas la encimera de la cocina, con todos los ingredientes dispuestos como piezas de un ritual. Entre ellos, siempre había un prisma verde, que en mi niñez era simplemente “la mantequilla de siempre”, la que mis abuelas y mi mamá usaban para absolutamente todo. Ahora sé que no era una elección al azar; era una constante, un símbolo de cariño en cada receta.
Con el tiempo, mi amor por la repostería creció y me llevó a estudiar con chefs extraordinarios, entre ellos Paulina Abascal, mi mentora. En cada una de sus clases, la importancia de los ingredientes era algo que resaltaba con pasión. Y ahí, de nuevo, estaba esa mantequilla, formando parte de cada creación, de cada historia contada a través de la comida. Siempre presente, siempre confiable.
Al crecer, entendí que en esa pequeña barra de mantequilla había algo más que sabor. Era una pieza de un legado que conectaba generaciones. La veía en la cocina de mi abuela cuando me enseñaba a hacer galletas para la merienda, en las recetas familiares que mi madre ejecutaba con esmero cada fin de semana, y más tarde, en las preparaciones que llevábamos a cabo en la fábrica de Paulina. Era como un hilo invisible que nos unía a todos a través del tiempo, un recordatorio de que algunos sabores son eternos, y que, en un mundo tan cambiante, algunos ingredientes nos regresan a lo esencial.
Hoy, esta mantequilla sigue en mi cocina, como lo estuvo en la de mis abuelas y mi madre. Es parte de mis pasteles, esos que sigo haciendo desde que era niño, y de los momentos que comparto con las personas que más quiero. Y aunque las técnicas han cambiado y la repostería ha evolucionado, la esencia sigue siendo la misma. En cada pastel, en cada mezcla, en cada capa de crema batida, hay un pedacito de historia, y esa historia sabe a gloria.
Porque más allá de ser un ingrediente, es una promesa, un lazo que une generaciones y una fuente de inspiración que nos recuerda que el amor por la cocina también es el amor por quienes nos enseñaron a cocinar. Y en cada rebanada de pastel, ese amor sigue vivo, intacto, como el primer di´a que horneé junto a mi abuela, mi madre o mi mentora.