Tengo una necesidad imperante de ese pan de plátano con creme fraiche, flores de borraja y caviar. Ando de antojo fino vamos a decirlo así, situación que por increíble que parezca también me sucedía durante mis embarazos -quería arroz caldoso de un restaurante de club de yates en La Barceloneta, galletas de esos lugares de viejitas con collares de perlas, langostinos de El Danubio y cincuenta y seis chu-toros diarios-, menos mal tengo claridad de que no seré madre esta vez, así como también tengo claridad de que traigo paladar costoso.
Lo he platicado con Hans, es que en serio, eso de bueno, bonito y barato se dice fácil, pero para nada lo es. Estos días, mi saciedad cuesta, y cuesta caro. Regresé, aunque no a cenar, a Au Pied de Cochon, un restaurante que siempre me ha gustado muchísimo, no sé si toda su carta, es cierto, pero sí su lista de vinos, el tartar de res con esas papas gloriosas, el confit y muchos ostiones que, precedidas de un Martini, son un planazo. Platicaba de mis vinos con tremendos profesionales para mostrarles lo que hacemos con cariño y muy bien hecho, pero, confieso, se me hizo agua la boca cuando vi a una parejita en una mesa de las redondas que me gustan por los ventanales recibiendo una botella de Dom Perignon. Les digo, adoro mi espumoso, lo premian como el mejor de México y gracias, se vende como pan caliente, es Chardonnay y Pinot Noir, todo sí, todo bien; pero todo mal, yo quería estar bebiendo ese champagne, ando de antojo potente digamos.
Y me he y me han consentido en mis días de munch en dólares, es la verdad. Comimos de postre foie con baguette el martes en una cena de mucha intimidad y valentía acompañado de un precioso Sauternes. He comido muchos mangos, un lujo incomparable, me comí unos tacos de pescado estilo Ensenada con pedacitos de mero rebozado (pudo haber sido una triste tilapia), me comí el mejor y más elegante taco del año de hongos yemita -creo que sólo los hay unos siete días en la temporada-, y ya sé que, si me agarra la hora del lobo a las tres de la mañana con hambre y sed, abro ese espumoso que me regaló Julio y destapo la lata de caviar que está en el refri. Sí, habiendo cerveza y torta de jamón, no las escogería esta vez. Ando en plan perlas, esmeraldas (es en serio), vestidos de lentejuela y muy buen vino, y muy caro Hansito, muy caro.
Pero, como dios no les da alas a los alacranes, la vida sigue, la quincena se persigue, los sueños se cumplen o no se cumplen, y estas ínfulas de oligarca gastronómica que traigo van a llegar a su fin pronto. El taco de milanesa de Maizajo es bueno, bonito, y más barato digamos; la temporada de lluvias terminará eventualmente y con ella las morillas; y porque, además, hace semanas que no voy por un taco de cabeza, y me hace bien: asienta, contiene, pone los pies en la tierra, nutre, nutre de forma impresionante.
Me voy a dar la extensión de viernes, sábado y domingo. Quiero Martini con aceitunas buenas, bonitas y caras, voy a ir por esos red soles en charol y uno o dos panes de plátano con caviar de aquel establecimiento prodigioso en la calle de Álvaro Obregón. Ah, y nota mental: comprar creme fraiche para comer con mermelada y mucho pan bueno, bonito, y caro.