Mi semana movidita. Días de ires y venires, de emociones, de sensaciones a flor de piel. Tengo un milagrito en forma de corazón y de plata colgado al lado de mi cama, ahí junto a la foto de los Ortiz Monasterio, junto al cuadro de Cuevas para mí y encima de mi bandejita que tiene mis pulseras amuleto, mis aretes de corazón, y mis medicinas. En el milagro me reflejo, me veo cuando tengo juntas largas en la computadora, por ese milagro pasa mi vida y su reflejo mira lo que hago y registra los días movidos.
El miércoles se cocinó carne en mi casa -que es raro-, así, terminada en la sartén con muchas cucharadas de mantequilla, romero y tomillo. Regresamos a esa receta de la ensalada zen de Mónica Patiño, con vinagreta ligada en licuadora, que me fascina, y hasta he innovado y cuando me dan ganas y mezclo recetas copiando la que sirven en Bakea -que también me fascina-, la ensalada lionesa, misma cosa, diferente lechuga, y con cuadritos de papa y pancetta. Ambas con mucho cebollín.
Ese mismo día me estacioné en punto de las dos treinta de la tarde frente al número 88 de la calle del Río Sena y entré escoltada por mi Presi de la Academia Mexicana de la Gastronomía a esa casona de sueño en tonos amarillos que alberga al cincuentón restaurante Les Moustaches. Quería sopa de cebolla y un Wellington, confieso, pero Luis Gálvez, el director de esa orquesta, eligió el menú y lo hizo con inteligencia. Una copa de Blanc Cassis para comenzar, una bisque de salmón que me conmovió por clásica y por bien hecha, un robalo en salsa verde y un soufflé de Grand Marnier. Me gusta el servicio que sigue sirviendo platos cubiertos por cloches, me gusta reflejarme también en ellos, me gustan los restaurantes que sirven petit fours. Ya vuelvo por los antojos que traía y a tomarme un Gevrey-Chambertin que ya vi que está en la carta. También ese día acabé cenando con mujeres inteligentes en Costa Guadiana -el abulón al chipotle estaba buenísimo y los gin tonics más-.
¿Qué más? Terminé de leer el libro de Mujer, comida y arte de Graciela Audero y lo vinculé mucho con esa comida que recién nos dio Ricardo Muñoz Zurita en Azulísimo. Un tamal glorioso y ese encacahuatado que, aunque me faltaron tortillas, “chopeé “con pan de queso Cotija y flor de calabaza. Nota mental, debo mandarle una botella de Balero espumoso, me parece que ese maridaje es increíble.
A mí se me mueven las emociones, no sé si es la edad, pero lloro más, por tomarme un gran vino blanco, por mis nuevas botas de Butrich, por estar movida, por estar muy feliz, por sentir a mis hijas abrazarme y hasta por ver que este año si dará higos la higuera. Y por todas esas cosas lloré dos veces, qué rico es eso. También canté, y con ganas y muy movida -mi pianito de mi barrio lo adoro-, que también hace muy bien y, cada vez que lo hago, me acuerdo que sin duda en vidas pasadas fui íntima de Amanda Miguel y que me tengo que aprender todas las canciones de Trigo Limpio. Movida y consciente, feliz por saberme bien. Movidita mi semana.