Dicen los que me conocen bien que cuando escribo me desnudo. Y sí, me conocen bien. Dice mi mamá -con quien ya empecé a editar mi libro-, que escribo bien y que digo muchísimas cosas. Y sí, no sé si bien pero, también, los que me saben de verdad leen entre mis líneas. Hablo de comida, de lugares, de afectos, de amores, mis textos honran la memoria de las cosas que me gustan, que me atraen, que me duelen, hasta las que me asustan.
Escribir es terapéutico. Escribir me ayuda a desatorar, escribir suma a la expresión de lo que vivo, escribir es también registrar lo vivido -qué miedo el olvido-, escribir me ayuda a ponerme más atención. Y pues en el análisis más puro, la escritura es un sistema de comunicación humana, así de simple.
El escritor escribe para explicarse a si mismo lo que no se puede explicar, leí que dijo Gabo. Vaya forma de describir lo que siento con muchísima frecuencia. Qué belleza de descripciones las que leí en “Nos vemos en agosto”, qué rico volver a Cartagena después de tantísimos años e imaginar esas escenas del Caribe colombiano, sentir ese olor a salsa, a vallenato, a mapalé y a mujeres guapas bailando y tomando guaro. Ya me tocará escribir lo que auguro será lindísimo con Jaime, no he probado su cocina y siento que ya la conozco muy bien, es potente, y me gusta la potencia. Un día aparecerás en mis memorias y ambos sabemos por qué. Gracias cariño, vamos mexicanas sensibles y valientes contigo, suertudo.
Y bueno, mi estatus es aprendiendo y escribiendo porque vaya cómo estoy aprendiendo cosas en la vida. Esta semana, por ejemplo, aprendí a criticar con cuidado -no suelo ser así-, a un cocinero que necesitaba mi ayuda. El lunes aprendí de cosas que no quería aprender; el martes me ilustré en estados de resultados y en resiliencia; el miércoles aprendí de buenos amigos que hacen grandes vinos mexicanos y quienes todo el tiempo me enseñan, aprendí que los abrazos de Alfredo ayudan y también aprendí que está bien perder un poco la cabeza; el jueves no me acuerdo qué pero en algo me hice docta y hoy, lo mismo me ejercito en temas del futuro digital, en Muay thai y en tratados comerciales con ese país de cebiches con canchita y con quienes las relaciones internacionales están en su peor momento, pero ahí vamos de necios a hacer nuevas conquistas. Ah, y aprendí que opacarofilia es el amor o pasión por los atardeceres, cosita en la que mi amiga Paulina y yo coincidimos, entre otros egos.
Sigo escribiendo y cada vez es más evidente eso de que me desvisto, es que es clarísimo pero esta vez -y me encanta la exageración-, era no sé si de vida o muerte, o de morirme de risa. Me ilusiona escribirles a mis hijas el libro que ya comencé y con el cual, por millones de razones, harán a sus propios amores inmensamente felices, no tengo duda. Es de cocina, como era de esperarse, pero sobre todo es de memoria, es de toda una vida de panza llena y corazón contento. Sigo escribiendo, dicen que para hacerlo solo hay que hacer dos cosas que suenan simples pero que son increíblemente poco comunes de suceder de forma simultánea en los seres humanos: tener algo que decir, y decirlo.