Opinión

A pedir de boca: Ciao, Riccardo

Nadie come suficiente tiramisú en su vida, y definitivamente no tenemos suficientes Riccardos caminando por el mundo
viernes, 2 de febrero de 2024 · 02:00

Mucho ha sucedido desde que la Rosca de Reyes desapareció de nuestras mesas. Mientras escribo esto, estoy en un tren rumbo a Budapest, reflexionando sobre todo lo que los primeros días del año han aportado a la receta de mi vida.

Esta semana conocí a Riccardo, un joven italiano cuya pasión por la buena comida, la música y las artes me hace pensar que no somos tan diferentes de nuestros platillos predilectos.

Aunque solo lo vi un par de veces, Riccardo dejó claro que la carbonara no es carbonara si está hecha con tocino y crema, que la pizza hawaiana no es pizza y que nada es más atroz que un capuchino después del mediodía. También tiene opiniones sobre el té y las palabras en inglés, pero esas son historias para otro día.

Riccardo no lo sabe, pero es como un tiramisú: complejo, interesante, guapo, con una pinta simple pero irresistible. Su esencia y complejidad son más que suficientes para dejar a cualquiera queriendo siempre un poco más. Me bebo una cerveza austriaca en algún bar de Viena mientras lo escucho hablar sobre su pasión por la ciencia, su familia y su firme idea de vivir intensamente. Qué científico, pienso, para nada aburrido. De nuevo, Riccardo es un Tiramisú.

Las conversaciones continúan entre el bar, su casa y mensajes de texto. Aprendo que es doctor en biología, que canta, toca el piano, escribe y quiere salvar al planeta. Y yo que me voy mañana de Viena. Como la personificación de un postre suntuoso y con carácter, Riccardo guarda fragmentos de libros que lo han hecho reír, llorar y resonar profundamente en un cuaderno. También tiene un diario donde, al igual que en el otro cuaderno, ha estado escribiendo durante más de 15 años cada vez que algo lo emociona, lo hace sentir intensamente o quiere recordar algo para siempre.

Me siento en el suelo de su habitación, al lado de su cama, y leo fragmentos de sus cuadernos (la mayoría en italiano) mientras él se sienta al piano, toca para mí y canta un poco.

Riccardo se disculpa por todo, incluso cuando ya le he dicho que todo está perfecto. Se disculpa por pedirme que me quite los zapatos, por no cantar en "el tono correcto" y por el sudor en sus manos. Le he dicho que no importa, pero un tiramisú es ambicioso en su simpleza y siempre quiere tenerlo todo.

Así es Riccardo, un joven que quiere cambiar el mundo, curioso, sensible, complejo y cómodo en su propia piel.

Nadie come suficiente tiramisú en su vida, y definitivamente no tenemos suficientes Riccardos caminando por el mundo. Qué tragedia y qué bendición. Así que, cuando nos topemos con uno, ya sea un buen tiramisú o un hombre sensible y talentoso, sabremos apreciarlo un poco más, detener nuestro tren frenético y recordarnos que disfrutar del momento es todo lo que hay.

Lo que hace a la comida algo tan mágico es precisamente eso: usar el momento presente para disfrutar, nutrir el alma y el corazón, crear recuerdos o transportarnos a otros tiempos cuando quizás éramos un poco más felices o todo simplemente parecía más simple.

Riccardo no habla español, pero como un buen tiramisú, no le importan las fronteras. Encontrará su camino a este texto y sabrá cuán especial fue. Nos vemos pronto, lejos de los capuchinos después de las 12 y más cerca de una buena carbonara. Ciao, Riccardo.