Los mexicas celebraban el izcalli en la última veintena del año, una celebración en la que las mujeres hacían y compartían tamales para celebrar las buenas cosechas, para honrar a la tierra. Cientos de años después, las mujeres, al menos las de mi casa, andamos en las mismas andanzas.
Me gusta el tamal de chicharrón de los Emporio, ahí en la San Rafael, me gusta muchísimo el uchepo de Elena Reygadas que tiene en Rosetta, los de elote del mercado de Coyoacán, los que hacen en casa de mi mamá de camarón (y que ya nos comimos esta semana) y el que me trae loca es un tamal de coliflor que me dio Chuy Durón el otro día.
Pero, qué son los tamales me preguntaba un francés hace años cenando en Allard, un grandísimo restaurante parisino. Pues intentaba: los tamales son pequeñitas áreas de masa de maíz le decía -aunque masa tiene pésima traducción- y suelen estar rellenos de algún guisado, de verduras o quesos y casi todos, y es la magia, se envuelven en hojas vegetales, dependiendo la región, y, también casi todos, se cuecen al vapor. ¿Gyoza kind of?, me decía, pues más o menos, pero también los que en Japón envuelven en hojas de pérsimos, o el dim sum chino, o el lao lao hawaiano. Es técnica de cocción, es platillo, es patrimonio, es cultura, un tamal es un tamal y un tamal es mucho.
Una corunda en Michoacán, un vaporcito en Yucatán, los de ollita de Ocoyoacac que me regalaron hace poco, el de muerto de Querétaro o los barbones sinaloenses (con las barbas del camarón), y todo ello, desde el México prehispánico, criollo, conquistado y hasta hoy, porque el tamal es de celebraciones y festejos religiosos, ecuménicos o ateos, pero el origen es elevado, los pueblos indígenas pensaban en los tamales como la carne humana y en su cazuela como el vientre materno. Yo insisto que el asunto de los tamales es un asunto de mujeres.
Y llegó hoy, 2 de febrero y ya nos comimos como 46 tamales. Los estudiosos dicen que hoy, día de La Candelaria, es una de las fiestas populares más importantes del catolicismo celebrada por toda la cristiandad, tanto en Oriente como en la Iglesia Romana de Occidente. Veamos al tamal como un sincretismo donde se metió en una licuadora fiestas tan antiguas como las Lupercales de Roma, el México profundo y muy creyente y las tradiciones prehispánicas. No es menor la fiesta, no es menor preparar tamales y no es menor comérselos.
Yo vengo de un origen particular con influencia coahuilense, chilanga, tapatía, por interpósita persona alguito de Baja California y hasta español. Es decir, en mi casa se come cochinita pibil con tortillas de harina (sí, y no es la costumbre, pero sí es la nuestra) y se come el arroz con plátano crudo, mucho curry y el mango con creme fraiche. Crecí entre tamales y hacía nuditos en los extremos de las hojas de maíz desde niña. Ando buscando el mole perfecto para un tamal costeño de frijoles que me acabo de comer y pensé que uno con requesón y ciruela mexicana sería maravilloso con un Pedro Ximénez. En esas andamos. El que nace pa´ tamal, del cielo le caen las hojas.