Opinión

A pedir de boca: Sabores de un año

2024 también trajo la acidez de los riesgos. Cambié de rumbo, dejé atrás trabajos, volví a sentir el miedo de lo desconocido

A pedir de boca: Sabores de un año
Foto: Especial

A veces, la vida se mide en sabores. Hay años que saben a pan recién hecho, cálidos y reconfortantes, y otros que recuerdan al caramelo que se endurece demasiado rápido, quebrándose cuando menos lo esperas. 2024 fue una mezcla compleja: dulce como una crema montada a punto exacto, ácido como un cítrico que sorprende, y amargo como el último sorbo de un café olvidado en la mesa. Fue un año lleno de contrastes, de sabores que se mezclaron en el paladar de la vida sin pedir permiso, imperfecto pero lleno de verdad.

Este año fue como el caramelo que se cocina al borde de ser quemado, –a punto de romperse pero eso sí, con el dorado perfecto–. Hubo risas, muchas, que resonaron como el crujir de una costra de azúcar recién rota. Risas que llegaron en las mañanas de desayunos y cafés con amigos, en tardes de aventura por carreteras desconocidas, en el gozo de encontrar nuevos amores y reencuentros inesperados. Risas que fueron el jarabe tibio vaciándose sobre el corazón, haciendo todo un poquito más soportable.

Pero también hubo lágrimas. Lágrimas amargas como el chocolate negro sin endulzar, que arden y sanan. Lágrimas que caían en algunas de las noches, en los adioses . Me encontré llorando por lo que no pudo ser, por los sueños que cambiaron, por las despedidas que llegaron demasiado pronto. Y, sin embargo, aprendí que hasta el sabor más amargo tiene su lugar, su belleza discreta y  lección escondida. 2024 también trajo la acidez de los riesgos. Cambié de rumbo, dejé atrás trabajos, volví a sentir el miedo de lo desconocido. Fue como ese toque de limón en un merengue francés perfecto: tenso, chispeante, necesario. Me aventuré a nuevas cocinas y descubrí que, a veces, las mejores recetas son las que no siguen ninguna regla.

Este año me enseñó que la vida es como la cocina. No todo va a salir perfecto. El azúcar se quema, el pastel no hunde, la sal cae demasiado generosa. Pero en ese caos, en esas manos manchadas de harina y lágrimas, está el arte de vivir. Porque, al final, los sabores no necesitan ser perfectos para ser memorables.Y aquí estoy, cerrando el año, saboreando los últimos días como un bocado que no quiero terminar, agradecido por cada nota dulce y amarga. Con la esperanza de que el próximo año traiga nuevas recetas, nuevos errores, y, con suerte, risas que sepan un poquito más dulces.

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