Opinión

Nube Viajera: Andar suavecito

Flotar, caminar un poquito encimita del suelo, o incluso subterráneamente, si ya lo hacemos hagámoslo más notorio porque hace muy bien
viernes, 6 de diciembre de 2024 · 01:08

Hoy me encanta la fragilidad. Crecí escuchando que no había que venerar ser frágil y me sirvió muchísimo, pero también me criaron sensible, sensata y de tal forma que he llegado a la mitad de mi vida sabiendo que es hermoso saberse uno así. Y es que útil, en el amor con otros, en el amor con uno, en la educación amorosa, en la conducta humana en general, equilibrarse entre lo flexible y lo robusto, entre lo estático y lo dinámico, pero dejarse ir y aceptarse vulnerable es lindo. No fácil, pero lindo.

¿Cómo lo explico mejor? Muchas capas, sí, tengamos muchas capas, pero delicadas, quebradizas, así quiero ser mucho más, como la tartaleta de tubérculos de Pía, como un Dom Perignon viejo, como las flores que me regalaron mis hijas el sábado –dendrobium, mis favoritas–, como una infladita en Pujol, no deseo que nadie se rompa pero las grietas las tenemos todos, dejémonos sacudir. Pienso que me gusta ser un roble, que aunque cause tanto shock, valoro mi auntenticidad y mis no filtros, pero esta vez hablo de capas más finas, más de las de muy adentro, esas frágiles que sólo los que saben quién soy conocen. Flotar, caminar un poquito encimita del suelo, o incluso subterráneamente, si ya lo hacemos hagámoslo más notorio porque hace muy bien.

Vengo escuchando pasitos en la azotea de mi casa hace días. Pensé que era un tlacuache pero, como a mi casa ya no llegan los elfos –se me hubiera acabado la imaginación–, he venido concluyendo que son hadas. No se bien su nacionalidad, quizá nórdicas porque crecí entre chaneques, quizá irlandesas de las que vi en las islas del Atlántico, quizá huicholas, pero hadas que les gustan mis árboles y mi sol de invierno, mis niñas, el pan con mantequilla, el gravy de los pavos que hemos repetido y definitivamente los huevos a la mexicana. Y siento sus pasitos y siento que también como nosotras a veces se quiebran y renacen con tallos infinitamente más poderosos. No, ni ellas ni nosotros somos seres de luz, somos más bien seres de tacos de aguacate, de observar con precisión lo que pasa en el mundo, de ensaladas con poco vinagre y de dar, somos seres de dar. Quizá, pensaba, porque damos tanto somos frágiles y eso, también es muy bien.

Cambié de piel, nuevamente, el martes 3 de diciembre. Después de haberme gozado la cena más divina de mi vida, esa que es sopa de lenguitas –de pasta–, y cuatro quesadillas de masa celestial con aguacate y salsa roja, en mi cama; me di cuenta que celebro mi vulnerabilidad esa que me hace hacer las locuras que he hecho esta semana, impulsar locomotoras inverosímiles para las que sí, se necesita fuerza y valentía, pero se necesita feminidad, delicadeza y dulzura también. Después me bañé como sacudiéndome la vida, largo, y me fui a tomar un Martini y comer muchas cosas que me gustan mucho en Sarde –cómo me gusta–, dando gracias por un millón de temas que ni me imaginaba traía tan a flor de piel. Hoy me encanta la fragilidad