opinión
A pedir de boca: De sabores y cicatrices
A veces, los finales tienen su propio encanto, pues muchas veces son un mágico comienzo con un disfraz amargoEl sabor de los finales llega —casi siempre— de forma inesperada, como cuando, a unos días de Día de Muertos, una ráfaga de viento apaga la vela en un altar. Así sucedió la semana pasada, en San Miguel de Allende. Todo terminó entre palabras entrecortadas y miradas que intentaban, en vano, comprender el adiós. Pero, en ese caos, los sabores me ofrecieron consuelo.
Panina, con su pan de muerto esponjoso y cubierto de azúcar, me recordó que hay despedidas dulces, que en la muerte y en el final de algo, también se encuentran conexiones de nostalgia y celebración. Mientras desgarraba con los dedos un trozo, el aroma a azahar flotaba en el aire como una promesa de que todo eventualmente volvería a florecer. Fue la primera sonrisa del día, el primer paso para entender que, a veces, los finales tienen su propio encanto, pues muchas veces son un mágico comienzo con un disfraz amargo. Algo así como el café de la mañana antes de un viaje largo.
Luego vino La Cabra Iluminada, una joya de café en el centro de San Miguel. Ahí, entre las paredes de adobe, sostuve una taza que parecía contener no sólo café, sino todas las palabras que no pude decir. El calor de la cerámica, el olor a café recién molido, todo me invitaba a detenerme y recordar: las relaciones, como el café, pueden quemar al principio, pero con el tiempo sólo dejan un sabor profundo y reconfortante que me ayuda a espantar fantasmas que, por estas fechas, andan sueltos y me roban el sueño.
Al regresar a mi cocina, me refugié en el ritual de preparar un pay de calabaza. Cada giro del rodillo sobre la masa era un esfuerzo por transformar el dolor en algo tangible y delicioso. Al inhalar el perfume de la nuez moscada y la canela, me di cuenta de que el calor del horno era el abrazo que necesitaba. La cocina es reconfortante y siempre tiene un buen consejo, no es necesario pedirlo ni buscarlo. En las recetas se esconden secretos que alivian al corazón. Mia de Pies a Cabeza fue mi último refugio, donde la familiaridad de las mesas me envolvió con su promesa de consuelo. Allí, todo tuvo sentido: los sabores son puentes entre recuerdos y futuros inciertos, un bálsamo para las despedidas que parecen insuperables.
Al final, entendí que el consuelo no está en evitar el dolor, sino en abrazarlo y dejar que los sabores, esos guardianes silenciosos de la memoria, nos lleven de vuelta a casa.