Opinión

Nube Viajera: Himno a la alegría

Apenas llegas a Nación de Vinos se te explica qué vas a ver, cómo hacerle, cómo comértelo y cómo bebértelo. 80 bodegas de vino repartidas en cuatro zonas, randomly porque no debe ser de otra manera...
viernes, 26 de enero de 2024 · 00:26

A Gus, por todo lo que me enseña.

No todo mundo puede entrar porque, créanme, sería un tumulto de cientos de miles de personas y un proyecto, por ende, que por más que se quiera que el país entero sea parte, es quizá físicamente imposible. Los amigos de Banorte y de Volvo, fieles creyentes de que lo que pasa en este país en términos de vino es muy, muy valioso, lo saben. Gracias.

Pero pensé, que sirva este texto para compartir la emoción de lo que en Nación de Vinos se vive y un día, estoy segura, será una feria pública, donde se pruebe y donde se viva con el mundo entero la emoción del vino mexicano.

Los orígenes importan menos -aunque Claudia y Fernando sabemos la verdadera historia un día construyendo una pisada de uvas “fast track”-, el chiste, es que cada mes de enero sucede en el corazón de la Ciudad de México una manifestación de orgullo de lo que somos, una manifestación del campo mexicano y sus frutos, sus manos que lo transforman y vinifican, una manifestación de que en México se hacen las cosas muy bien.

Apenas llegas a Nación de Vinos se te explica qué vas a ver, cómo hacerle, cómo comértelo y cómo bebértelo (y Piter, de ahí a Pixar con esa voz). Así, ya con cierta información se te entrega una copa, ¿para qué?, para beberte el campo mexicano.

80 bodegas de vino repartidas en cuatro zonas, randomly porque no debe ser de otra manera, y cada una de ellas con sabrosura anexa de restaurantitos agradables. Y lo digo así, porque en este evento reina el vino y sus productores, y, por ser amables con los cocineros, se les invita. ¿Ya tocaba no?

El asistente generalmente, copa en mano, se asombra. Es decir, ver a Pau Pijoan conversando por allá, a Guillermo y a Humberto con sus magnums de Mariatinto por otro, a la Keiko que la adoro con sus Santo Tomás, a Paloma, Luciana y próximamente Leonor explicándole a Hugo de macabeo y moscato -y yo babeando-, a Daniel compartiéndome de su próximo espumoso, a José Luis sirviendo sus vinos y compartiendo sus historias, a Amado, al Wero, a Hansito, a Guanajuato, a Coahuila, a Querétaro, a Freixenet que me cae tan bien, es que qué bárbaro, el vino mexicano está hecho de personas y cada una de ellas, en cualquier latitud, es gente cuyo talento y necedad se transforman en felicidad, y eso, vale todo.

Suena musiquita, se va la luz y a nadie le importa, la ciudad se ve hermosa, la bandera ondea con orgullo porque ahí, debajo de ella, se está componiendo un nuevo himno, uno que por ahí dice lo que un día pensé: acercar el vino mexicano a los mexicanos. Qué orgullo.