Opinión

Nube Viajera: Bestiario de la semana

No, no me gustó el chile en nogada, y no me lo comí. ¿Por qué?, me preguntaron los poblanos. Me costó responder. Entre que a veces soy prudente, entre que había emoción del suceso y quizá dirían que ¿quién soy yo para hablar de chiles en nogada?
viernes, 11 de agosto de 2023 · 00:00

No, no me gustó el chile en nogada, y no me lo comí. ¿Por qué?, me preguntaron los poblanos. Me costó responder. Entre que a veces soy prudente, entre que había emoción del suceso y quizá dirían que ¿quién soy yo para hablar de chiles en nogada?. Digamos que mi característica más evidente no es la humildad pero pues sí, mi autoridad en materia de ese plato de monjas la he construido a base de comerlos y cocinarlos mucho, pensé, mientras en subtítulos en la cara se leía: la nuez no está bien pelada y el color de la nogada triste, tiene queso crema, mucha azúcar y no se equilibró con un chirris de sal; el relleno está muy poco uniforme, muy jitomatoso, con pedazos de carne picada muy grandes, unas pasas extraterrestres y, de nuevo, un punto de dulzor alto. Ah, y no encontré piñones que me gustan por ahí, pero eso es mío. Las tortillas y el Sauvignon blanc de mis amigos los Curis, eso sí, todo bien.

Es esa época del año en mi país en donde la cosa se escinde cuando se conversa de este platillo de origen poblano y poco universal, he de decir. Capeados o no, que si con aceitunas aseguran algunos, los que le ponen crema montada, los osados que hacen nogadas rosas, los que consiguen acitrón en la ilegalidad, es que hay de todo. A mi, me gustan los chiles bien firmes y poco empalagosos. Digo, suena lógico.

Hace siete años que no pruebas los míos, me dijo Ángel y haciendo cuentas, tenía razón. Llegué a Puebla invitada por él (ni te diste cuenta), a lo que sabía se adicionaría a mi cajita de deseos: saber todo de esa talavera y sentir lo que ese taller con cientos de años de fundación siente en sus hornos y en su corazón. La belleza de los procesos lentos, lo encantador de la imperfección, la elegancia de comer sobre talavera poblana de orgulloso apellido Uriarte.

Soñé con el azul cobalto, con la molienda de los minerales en esas enormes pilas de cantera que aún se mueven con poleas, con las manos de los artesanos poblanos que danzan pinceles de pelo de burra, y sigo pensando si mi vajilla debe o no llevar las iniciales. La de mis abuelos las llevaba, cursi quizá, pero mío.  Pensé que quiero conseguir un pedazo grande de galleta de óxido de cobalto que da forma en azules profundos a una foto del espacio como las de Thomas Ruff. Pensé también que hablar de chiles en nogada sí, está bien, pero que valdría la pena también hablar de la relevancia de servirlos en talavera, -amor con amor se paga-.

Voy volando sobre Palestina, Texas y hacia Chicago para meterme al mundo que no conozco de Carlos Gaytán, otro artesano, me dicen, aunque guerrerense. Pasa mucho al mismo tiempo: espero el prometido recetario de una tal Lucha, hablo con Lucía de la gente chiquita, hojeo dos libros nuevos poblanos, repaso una idea bonita con Matu que me recuerda que en Lima se come muy bien. Ya vuelvo en unos días a comer tus chiles Angelito, a reconectar mucha cosa pendiente. Ya vuelvo. 

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