Opinión
Nube Viajera: Chiflando y aplaudiendo
Ando melómana estos días, ¿A qué taco le cantarías, "Me cuesta tanto olvidarte"?, ¿con qué marida mejor el corrido del Caballo Blanco?Quizá es conservadora el término que me queda bien cuando me tengo que definir musicalmente ¿Populachera?, ¿de arrabal? No sé nada de Peso Pluma, nunca he entendido los playlists de metal, me gustan las canciones de amor y de dramones del corazón y adoro los palenques. Cumbiera, cubera, fiestera y confieso que me encantaría tocar el acordeón.
Pero canto eso sí. No bien, pero como no soy tímida, pues no me importa, el día que perdí la vergüenza gané mucho. Me gusta cantar boleros, crecí con letras revolucionarias, con los Beatles y con los Teen Tops, y me sé casi todas las canciones, en un amplio, pero acotado abanico que oscila entre Gloria Trevi, Billy Joel, pasando por Agustín Lara, Radio Futura, Los Ángeles Azules y venerando a Yuri y a María Conchita Alonso.
Incomprensible sí, pero así es.
Si hiciésemos un símil entre una mesa de domingo y mi playlist ideal, en mi mesa habría cochinita pibil, brioche, charales, esqueixada, un cebiche, quiza una baguette con Affinois, tequila, Leflaive, caviar y limones. Raro, histérico también, pero extrafuncional y útil en la vida.
Yo era ateo, pero le creo, porque un milagro como tú ha tenido que bajar del cielo. La estrofa más bonita de una canción de C Tangana de título Ateo que platica de esa sensación de que tienes algo muy bueno, que no puedes creerlo, como ese Baba au rhum de Ducasse, como el fideo seco que me dio en burrito una vez Alfredo Villanueva, como una P3, como un abrazo viendo al mar con Sabina de fondo y su clásica, lo que yo quiero corazón cobarde, es que mueras por mí.
¿A qué taco le cantarías, "Me cuesta tanto olvidarte"?, ¿con qué marida mejor el corrido del Caballo Blanco, con una discada norteña o con una sopa de hongos y epazote? ¿Sabe mejor la cocina yucateca escuchando “Adoro”?
Ando melómana estos días. Quiero ir a Garibaldi a cantar mariachi y comer enchiladas con una botella de Cascahuín.
Quiero bailar un poquito de samba y seguir fingiendo que hablo portugués.
Quiero cantar Rocío Dúrcal con Piter comiendo caldo de pollo y preparando martinis con Lu. Y, previos ostiones con mignonette y un par de rebanadas de foie en aquel restaurante rojo del viejo hotel Presidente, caminar llena de felicidad al concierto de Pimpinela.
Traer la música por dentro es uno de esos dones del universo, que no es común, y que alimenta casi como la comida.