Opinión
Nube Viajera: exlibris
Me encontré en línea con el tomo II de La Cocinera poblana, editado en 1888, maravilloso, y también, no me canso de leer y de saber de alfareríaMi primera colección de libros de comida, de comer, de bebida y de beber se mojó en una inundación a mis veintitrés años. Fue tristísimo. Me inventé un tendedero para algunos, secadora de pelo para otros, pero, así como la muerte era inminente para ciertos tomos, la sobrevivencia lo fue para otros y 26 años después -aunque siempre hinchados y no uniformes-, siguen siendo parte de mi biblioteca.
Bajo la teoría de que no los cargo yo, sino la cajuela del avión, viajo y compro libros. Adquirirlos es prolongar lo que vi, lo que probé, sea un libro de proverbios japoneses, de recetas del Istmo o el de cuentos de Etgar Keret, Pizzería Kamikaze y otros relatos, que traigo cerquita. Y ahí aprender, deshebrar información y conocimiento, a ojo de buen cubero, como los revolucionarios. Qué rico es (las cubas y los libros de cocina).
De mis novedades atesoro un sencillo librillo de recetas florentinas que me encontré en un puesto de periódicos en la misma ciudad, me da ilusión hornear ya una schiacciata, receta con manteca de cerdo en lugar de aceite, y espolvorear azúcar para dibujar una flor de lis por encima. Me encontré en línea con el tomo II de La Cocinera poblana, editado en 1888, maravilloso, y también, no me canso de leer y de saber de alfarería en Oaxaca con el libro de Mindling de título Barro y Fuego. Quiero saber todo de cuándo y por qué las ollas adquieren su personalidad.
Con síndrome del impostor atenuándose, siempre he querido escribir el segundo libro propio. Escribí un libro a los 11 años y fue un éxito, -y aún tengo mis porristas-. Porque me quieren y porque nos divertimos, he tenido el privilegio de participar escribiendo en libros de amigos, de la vida, de comer, de querer; he editado libros de cocina y de vino mexicano y gozo transitar por sus enormes páginas viendo las fotos de Pedro, de Nacho, de Beto, de Fer; pero se acerca cada vez más el momento de contar más sobre lo mío. Sorpresas te da la vida.
Hay libros recurrentes, así, como las pesadillas que tengo desde niña, y estoy segura que no es un tema de las bondades de la relectura sino un acto en donde juegan los afectos y las memorias. Mi libro de Kintsugi que adoro y me hace sentir bien, el recetario de sopas de Carmen Titita o un viejísimo libro de madeleines que, por más que compro moldes, simplemente no sé hornear bien, pero me gusta estar en él.
El mueble de mi casa que alberga la mayoría de mis libros relacionados con la cocina tiene nueve niveles, está labrado en una madera sólida de las de antes, tiene forma semi circular y lo corona la cabeza de un caballero que aunque me gustaría fuera águila, es más bien medieval. Le entra la lucecita del jardín y de ahí veo crecer mi higuera. Es un remanso de paz.
Ando buscando ahora libros sobre manzanas, de las mágicas y también de las que crecen en los tres árboles de mi casa y que hoy están atiborrados con los colores más lindos. Prendo radares, horno y corazón.