Probé panes de muerto que suelen hacerme feliz y esta vez no tanto. Así pasa. En ocasiones es la mantequilla, en otras la canela que me hace estornudar, a veces soy solo yo. Huerik y Fer Prado los que me hicieron sonreír.
Anduve, no por ahí de bar en bar como dice la canción, sino clavada en altares y ofrendas. Resultó que la colección de chiles secos en mi alacena es buena y pude colocar sobre preciosos platos vidriados poblanos chipotles, anchos, guajillo, mulato, pasilla y cascabel. A mis muertos y a mis ganas de guisar platos viejos los despertaron los chiles: unos chiles pasilla rellenos de frijoles refritos y queso panela en salsa de piloncillo, pensé, y ese filete de res de mi abuela con jus de jamaica y cascabel para Don Ángel por ser de casa.
Me llené de flores: cempasúchil para indicar el camino, terciopelo y muchas flores regalo de amor, rosas rosas, Acapulcos, lilis, orquídeas, peonías y las mías, de mi para mí y mis favoritas, dendrobium. Las veo mientras escribo y son tan yo.
Prendí velas, cirios y veladoras. Tengo una nueva marchanta en el mercado donde compro mi fruta que en su puesto de hierbera ofrece velas muy sencillas y cuyos colores no atraviesan procesos industriales. Además de un té muy amargo que me dio para “los problemas de mujeres”, me trajo velas moradas, lila, anaranjadas y color hueso. Y pasó algo lindo, una adición inesperada para mi altar, otra vela creación de mis nuevos amigos de Niños Héroes elaborada con aromas adictivos y formas genuinas. Es una belleza, y mis muertos lo supieron.
¿Qué más me pasó? Me tomé un atole de membrillo -o de durazno, mi memoria aún no vuelve- con pétalos de cempasúchil bien caliente que me calentó el alma. Es bonito saber que calienta tan lindo como un tequila o un Borgoña. Hablé de duelos, de tapices guatemaltecos, me reí con menús muy, muy particulares, estudié, abracé a mis hijas en las noches y pude casi sentir la piel chinita de Paloma comiendo una quesadilla en KOL. Ella sabe de cosas buenas Santiago.
Fui añadiendo cositas a mi ofrenda. La foto de Rodrigo guapísimo -que nunca le entendió a nuestra tradición-; un Le Creuset anaranjado donde cocinaríamos mi abuela y yo el curry que ya viene de Guyana y fotos de difuntos de Mexicali a ver si les gusta mi mole. Me acordé de ofrendas que hice con amigos en la entrada al Bosque de Chapultepec; de Fernando Delgadillo cantándome (y a Lu sin saberlo) “Hoy ten miedo de mi” -sí, cantándome a mí porque el concierto era para tres en la playa de Holbox en día de muertos-. Concluí estos días de mucho pensar que, para el año que entra, cientos de botellas de vino deben convertirse en recipientes de cera para hacer veladoras con memoria e historia propia de los vinos que contuvieron. Hoy limpiaremos el altar con agua de rosas, habrá música para desarmarlo y de noche, un bocado de foie de Edgar con una copa de vino blanco muy, muy cara Werito. Así mis muertos.