Opinión
Nube viajera: Sabores de Yucatán
Me emociona volver a Yucatán; la crema y nata de la cocina aterriza, ahora en noviembre, en la tierra de impactos de asteroides...Nadé con tortugas en Akumal muchísimas veces y sólo una, pero memorable en el cenote Ik Kil tempranito, habiéndonos saltado la barda para que el chapuzón fuera antes de la llegada de los turistas. A Motul me llevó un antiguo amigo con el que hace años elucubré un congreso sobre la economía de la innovación donde Malala, Al Gore y hasta cocineros hablaron del futuro. Con él comí motuleños de verdad por primera vez y nunca más supe de su paradero.
Nunca he estado en Valladolid aunque tengo el más lindo hipil del sitio, y tampoco he visitado -y es quizá a lo que más le tengo ganas-,el Río Lagartos y su fenómeno migratorio de flamencos que pintan de rosa y de emocionante la costa norte de Yucatán.
Me sé Chichén Itzá antes y después de la UNESCO y tuve un amanecer de equinoccio -porque literal ahí dormí-, con rayos del sol tocando la pirámide de Kukulcán y dibujando sobre la escalinata una serpiente.
Eran tiempos en donde en mi casa se discutía de Yuri Knórozov y su vida descifrando la escritura maya.
Eran épocas cuando hacíamos picnics elegantísimos al tardecer y sin gente, con tortas de milanesa, caviar, agua de jamaica, chelas y champagne en todas las ruinas posibles, a veces pidiendo permiso, otras no, pero viviendo lo prehispánico en alta gama. Divino.
He nadado, y quiero volver a hacerlo, en Dzibichaltun jugando con decenas de turistas que echaban porras a los míos para echarse todos los clavados del mundo.
La brisa y ese particular viento del puerto de Progreso se queda en mi memoria en días raros con anfitriones raros, pero que tuvieron sus momentos de gloria y, claro, un mar de un color especial.
Con respeto, pero con humor, a ese poema “Instantes” de Jorge Luis Borges, “si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima cometería más errores”, le adicionaría, “me comería un taco de lechón como ritual diario en La Lupita en el Mercado de Santiago de Mérida”. Yucatán encanta, Yucatán seduce.
No conozco Pancho Maíz y sé que debo ir por gorditas de chicharrón prensado. Quiero muchos tacos de castacán en Wayan'e y más platos con la acidez que aplaudo en Huniik. Me gusta platicar de la vida tomando tequilita en ese bar hermoso de K'u'uk y quiero otro traguito en Patio Petanca y quizá disfrutar, ahora sí y sin tanto mame, la barra de Salón Gallos.
Me acuerdo la primera vez que deambulé por la Quinta Montes Molina. Los candiles de Baccarat, los pisos de Carrara y esa época de gloria henequenera. Ese día estaba solita, medio apachurrada y por moderar varias charlas con cocineros gigantes y ahí, en un momento de luz a través de un vitral de Tiffany y con reflejo en una vajilla de Limoge pensé, Mérida, “hazme loch”.
Es cierto, no conozco de cantinas locales y me han dicho que debo ir a El Lagarto de Oro y a La Negrita, pero conozco del sabor a Yucatán y la poderosísima energía milenaria que esa zona tiene, ofrece y regala. Tengo amores que son locales y que me van a llevar a nadar a Mucuyché; tengo amigos yucatecos de esos que dan buenos abrazos y que me han enseñado la selva y la milpa; tengo deliciosas memorias de tantas iniciativas de promoción de la península y otras muchas de haciendas y de desenterrar cochinita con Ronzón tempranito en Chablé. Estoy segura hermana que Laia sentirá lo que yo siento en esa tierra de duendes y de aromas a cítricos.
Me emociona siempre volver a Yucatán y, ahora, y como ya sucede en el mes de noviembre, la crema y nata de la cocina del mundo aterriza en la tierra de impactos de asteroides, recados, limas y queso de bola para vivir, transpirar y comerse Sabores de Yucatán. Enhorabuena a quienes saben son artífices de esta puesta en escena de titanes. Bienvenidos todos, los estamos esperando.