A pedir de boca: Suave Patria

Nadie podría decir que los mexicanos no somos patrióticos, pero vaya que nos distinguimos en el estilo de mostrarlo. Los que nacemos en este país sabemos que la comida es nuestro lenguaje del amor, a través de los platillos demostramos lo que somos, de dónde venimos y a dónde vamos.

Todas las cocinas que existen en México son una expresión artística, a veces milenaria, soberbia y compleja como un mole; otras coloridas, contrastantes y polémicas, como un buen chile en nogada, capeado o sin capear. Lo que sí es verdad es que nuestra cocina, al estar cargada de poesía, historia, fusiones y municiones, no deja indiferente a nadie, quien prueba una tlayuda en Oaxaca o una guacamaya en Guanajuato, sabe que lo que está en su plato no se parece a nada que haya visto antes. No buscamos parecernos a nadie.

En la Ciudad de México nos sentimos orgullosos de nuestros tacos al pastor, aportación de los descendientes de libaneses viviendo en la capital. Este cachito de cielo que se guarece entre tortillas dobles, piña asada, cebolla y cilantro, escapa del trompo ardiendo para convertirse en un símbolo de unidad capitalina. Los tacos al pastor no conocen de clases sociales, partidos políticos, equipos de futbol, ni ninguna otra cosa, nadie se libra de compartir los recintos de este platillo con extraños a cualquier hora del día o de la noche, pues tampoco conocen de horarios.

Así cada una de las recetas, las nuevas, las que han ido de generación en generación y estado por estado, nos hacen decir mucho, sentir mucho y vivir mucho, sin necesidad de pronunciar una sola palabra, tal cual es nuestra cocina como país. Esa es la magia de ser mexicano, podemos decir todo y nada con lo que ponemos en un plato, que para nuestra fortuna o desgracia, el corazón y el estómago están ligados en cada uno de nosotros, no hay más remedio que disfrutar de esta magia tan especial que se nos ha concedido.