Opinión

A pedir de boca: Señora de las Lomas

Es la quinta semana consecutiva que me siento a las mesas de Zeru, que para los que no lo conozcan, es una embajada de los sabores de España, principalmente del País Vasco, en pleno corazón de las Lomas
viernes, 10 de junio de 2022 · 01:00

Es la quinta semana consecutiva que me siento a las mesas de Zeru, que para los que no lo conozcan, es una embajada de los sabores de España, principalmente del País Vasco, en pleno corazón de las Lomas; tiene también un hermano con más años bajo el brazo en San Ángel, para deleite de los sureños. En los fogones y hornos de este recinto, el chef Israel Aretxiga, reinterpreta clásicos, no tan clásicos y sorpresas que emocionan hasta al más escéptico.

Sentado en su terraza pasa el tiempo, suena música de Julio Iglesias a lo lejos, el mesero se acerca con un amuse bouche que tiene fuerza y frescura, pedir con los ojos cerrados sería fácil. En Zeru comen todos los sentidos: llegan a la mesa pescados en salsas coloridas, cocciones perfectas, platos burbujeantes y arroces, que en mi opinión, son las estrellas de este menú: meloso o socarrat, este restaurante coqueto tiene sin duda los mejores de la ciudad, incluso en el postre —y a recomendación de mi sensei, Paulina Abascal— pedí el arroz con leche y el helado de canela más deliciosos que se han visto y probado. Otro imperdible en la sección dulce del menú es el pastelito fondante de queso manchego, pocas son las veces que uno se encuentra postres así, un cierre elegante y decadente para una comida fuera de serie.

Aplausos al bar que es complaciente, puede salir de lo habitual para sorprenderte con algo nuevo y diferente, porque aunque Zeru es de tradición, no teme aventurarse para elevar la experiencia de cada comensal.

No hay margen de error en este lugar, entre croquetas, jamones y su asador vasco, el chef Isra se asegura de que todos la pasen bien. Los asiduos varían entre mesas de negocios, familias celebrando, señoras de las Lomas (muy bien peinadas, por cierto) y comensales desesperados por un buen ibérico y un excelente martini, todos salimos más felices de lo que entramos.

Después de estas cinco visitas pude probar casi toda su carta, experimentar con sus sabores y disfrutar de diferentes compañías y conversaciones. En resumidas cuentas, visitar Zeru fue el salvavidas que necesitaba en un Mercurio retrógrado inusualmente largo y caótico, redescubrí la habilidad casi terapéutica de un buen restaurante de conectar con otros, viajar a través de

sus vinos y apapachar al corazón con sus sabores y olores siempre deliciosos.

Así que les recomiendo, queridos lectores, que no dejen pasar más tiempo y reserven este momento para compartir acompañados o solos. Disfrutar de los días en esta terraza es placer

de los que se aventuran, lleven tiempo, pues las sobremesas aquí pueden unir la comida con la cena casi que sin darse cuenta.

¡Bravo y olé!

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