Opinión

Nube Viajera: Borgoña y mole de guayaba

Una celebración de vida de esta envergadura obliga a solamente tener comensales que entiendan y que me entiendan. Entender que la vida es corta y debe comerse a mordidas y compartiendo. Y lo de “que me entiendan”, pues los que lo hacen lo hacen muy bien y con eso tengo
viernes, 15 de abril de 2022 · 01:00

Somos un ciclo permanente de principios y finales. La vida me ha enseñado a que es mejor mantenerse en movimiento y elegir: hacia atrás, un fin, hacia adelante, un principio, cada quien escoge. Estos días elijo mirar hacia todos lados y, en un homenaje a los sabores y sinsabores de la vida, imaginar una mesa opípara con todos los recuerdos, emociones y ganas de lo que viene. Lástima que no sé dibujar porque pintarlo con acuarelas sería útil. Ya tengo la vajilla y eso ayuda al ejercicio imaginario.

Tiene plato base, trinche, plato de postre, de pan, un plato hondo que me gusta mucho que es entre bowl para ramen y cuenco para tejate, todos diseñados por artesanos de Atzompa. Continuemos con el homenaje. ¿La mesa?, una larga y no tan ancha en donde quepan muchos, de los que me gustan, de los de verdad. Nunca he sido de poner muchas flores en las mesas -ahora me da por frutas-, así que en esta comilona donde se rinde tributo a lo de ayer, a lo de hoy y a lo del futuro, se decora con hojas de plátano. 

Tequila blanco y muy bueno para abrir apetito. Una celebración de vida de esta envergadura obliga a solamente tener comensales que entiendan y que me entiendan. Entender que la vida es corta y debe comerse a mordidas y compartiendo. Y lo de “que me entiendan”, pues los que lo hacen lo hacen muy bien y con eso tengo.

Una enfriadora gigante de cobre contendría mucho Borgoña, blanco y tinto, y Dom Perignon vasto. El menú es complicadísimo de elegir pero decidí formarlo de bocados inolvidables de hace poco. Primer tiempo, tomates variados en rebanadas, como los de Guido, como los de Thalía, sólo con aceite de oliva y sal que, con un trago de Domaine Leflaive, es como tocar el cielo. El segundo plato sería un tamal y, aunque me tienta servir uno de quesillo y chaya, aquel tamal con caviar que recién probé en Monterrey de Morali iría mejor, y, a su lado, un pedacito de una trucha cocinada en cera de tremendo cocinero austriaco. Esos dos platos juntos, poquito de cada uno, son una bomba. 

Habría mucho pan, libretas para anotar cositas, pendientes o cartitas de amor para tesoros. De fondo sonaría Chavela Vargas al tiempo que se serviría de principal un mole de guayaba con coliflores capeadas y aromas a comino. Eso sí, el tinto corriendo como si fuera el último día. Aquí y ahora, quién iba a decir que ahora cito la frase, pero la neta tiene enorme grado de verdad. Hoy más que nunca.

Affinois y mieles, algo de Manchego y ates de Coahuila de postre. Mantenerse en movimiento, pensar en ciclos permanentes más que en fines o inicios de otros. Sonreír y dar gracias como homenaje, en esa mesa, a los sabores y a los sinsabores, y mucho muy buen vino, ya decía mi abuelo, no somos tan ricos como para comprarnos zapatos baratos. 

Otras Noticias