Opinión

Nube Viajera: Una pasión me domina

Lo de Valentina no era ni cabaret, ni apartado de toros (o de restaurantes), ni tampoco lugar donde se guisan sopas de brujas como se ha asegurado
viernes, 9 de diciembre de 2022 · 02:00

Dicen que Henry Ford, Lázaro Cárdenas y hasta Pancho Villa frecuentaban el local de Valentina. Me intrigó e inquietó la historia. Cualquier servicio, comercio o “proyecto”, -insistiendo en las comillas-, que merezca desplazarse, merece la pena. ¿Qué ofrecía Valentina en aquél establecimiento por el que algunos viajaban miles de kilómetros e incluso mandaban representantes a ocupar mesas para ganar tiempo y espacio?. Las cubas debieron de haber sido gloriosas hubiese dicho mi padre; o las mujeres divinas, lo hubiésemos corregido mi abuelo y yo.

Me quedé pensando en esa Valentina que despertaba pasiones y conecté temas similares, de esos de “cuando es para ti, ni aunque te quites”. ¿Qué despierta mi más voraz e insaciable apetito?, es más, y para hablar en plata, ¿qué mueve mis emociones al extremo?; ¿qué motiva al pecado capital?; ¿son mis antojos por un buen Martini, por ese tartare que me vuelve loca con cebollín, o por las ancas de rana de ese cocinero francés panzón y seductor, concupiscentes o lascivos?. Sí y no, pero, capaces eran unos de moverse desde Tamaulipas a visitar a Valentina para disfrutar de sus delicias, e igualmente capaz soy yo de viajar, -y más lejos- cuando, por ejemplo, se descorcha un Leroy Clos de la Roche.

Ando pensando agregarle más hierbas, me dijo Gerardo Vázquez Lugo cuando me envió la foto de sus pruebas del plato y, automáticamente, me picó la curiosidad. Es un plato tapatío por excelencia me dijo, y, en una hora, había yo consultado ya dos libros de la cocina de la región, uno en particular de la historia de ese mercado, el Alcalde, donde románticamente narran la tradición, fervor y afición por Valentina y sus sabores.

Seamos más claros antes de que se comiencen con las habladurías. Lo de Valentina no era ni cabaret, ni apartado de toros (o de restaurantes), ni tampoco lugar donde se guisan sopas de brujas como se ha asegurado de mis quehaceres, de mis intereses y de los de mis tocayas. Lo de Valentina era una cenaduría por la que la gente, literal, mataba por ir. Qué joya de historia.

Ubicada primero en aquel mercado de Guadalajara, el Alcalde, y después de su demolición en otro local cercano a una plaza por unos años más; ahí, se movían cielo y mar para probar el histórico pollo a la Valentina, objeto de deseo tapatío, y, de acuerdo a lo narrado por un buen cronista de la ciudad, motivo de pleitos serios entre señores importantes. Las cosas buenas de la vida despiertan de todo pues.

Quiero saber más de Valentina, de su receta, de sus pasiones y de lo que movía en la gente. Apúrate Gerardo -mi alguna vez consuegro-, ponle más hierbas sí, mucho cilantro y papitas bien arrugaditas, que ya quiero probar tu versión. Quizá pedimos uno o dos tequilas en honor a Valentina, y, envalentonados, comenzamos a cantar los que una pasión nos domina.

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