Opinión

Nube Viajera: Con sabor a fresa

En Buenos Aires me ha pasado de todo. Fue la ciudad favorita de mi abuelo y aún hoy puedo verme de su brazo por las calles de Recoleta calzando los más elegantes Church´s  en gamuza café contándome lo mucho que me quería. Extraño que me invite a comer y extraño que me diga que me quiere
viernes, 16 de diciembre de 2022 · 02:00

En Buenos Aires me ha pasado de todo. Fue la ciudad favorita de mi abuelo y aún hoy puedo verme de su brazo por las calles de Recoleta calzando los más elegantes Church´s  en gamuza café contándome lo mucho que me quería. Extraño que me invite a comer y extraño que me diga que me quiere.

En Buenos Aires me ha pasado de todo. Conocí a gente del Oriente que pronto supo que me gustaban los Martinis, muy poco el Fernet y los vinos que saben a super Toscanos, y que sonreír me alimenta más que un pedazo de entraña.

En Buenos Aires me ha pasado de todo. He aprendido a recorrer sus parques y a marcar territorio en sus árboles. Un día bajo la sobra de un árbol generoso argumenté que hacer picnics era lindo, incluso citadinos, ahí, en la Plaza Alemania, después de haber comprado buen fuet y bebido mucho Chardonnay en la terraza de Casa Cavia. En Buenos Aires me ha pasado de todo. Un moderno hotelito en Palermo -de entre los tres que suelen acogerme en aquella ciudad de palacios y chorizos-, me trae lindos recuerdos de que sí se puede; el Alvear de que es imposible y, la mansión ubicada en la calle de Cerrito, me repite que tomar el sol me hace bien y me ilumina los ojos. Cuántas veces me he carcajeado en Buenos Aires, cuántas veces vuelvo a mi Preferido, cuántas otras a comer libritos y beber vinos de los que ya saben que me gustan en Don Julio, cuánta complicidad de la que parece superficial y no lo es.

En Buenos Aires me ha pasado de todo. Aprendí a querer al torrontés y a escuchar con detenimiento historias de amor y de necios detrás de los vinos de velo. He caminado, frecuentado el Cocodrilo, coleccionado semillas, comido arancini en establecimientos que no “fiftybestean” y con porteños que también les ha pasado de todo, y hasta más.

En Buenos Aires me ha pasado de todo. Porque la vida tenía que emparejarse conmigo después de cantar décadas a Sabina y sus carricoches de miga de pan de amantes que no acaban de encontrarse; pasé una de las tardes más lindas en San Telmo. Escogí copas Pompadour de cristal que, por mil razones, ahí siguen con Facundo quien habló largo de mi sonrisa y de mi obsesión por comer bonito.

En Buenos Aires me ha pasado de todo. Hoy voy a comer tomates y eso me hace feliz. Revisitados, interpretados o solamente rebanados, una fiesta porteña homenajeando al fruto que, como otras cosas, es discusión entre mexicanos y peruanos (¿te acuerdas?), y que alguna vez fue considerado venenoso. Qué paz volver a Buenos Aires, caminar tarareando la partecita de cuando Evita bailaba con Freud y sonreír pensando en el tomate sabor a fresa, que es como el beso, pero más seguro.

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