Opinión

Nube Viajera: La serpiente emplumada y su anfitrionía

Una mesa montada en la explanada principal mirando a la pirámide de Kukulkán sentados en bancos de madera tallada en Dzita. La más linda noche estrellada en Chichén Itzá
viernes, 11 de noviembre de 2022 · 01:50

La mesa era para 25 personas. Pusimos manteles blancos de los cuales conservo dos de lino y sobre los cuales colocamos cientos de veladoras de cruz y arreglos de maleza verde que ha crecido sintiendo la energía de ese centro ceremonial.

Me parece ocioso dar detalles de los intelectuales, artistas y amigos que se sentaron esa noche y peco de cuidadosa para no dar pie a que se me apode “Lady juego de pelota”, -desde luego hoy no estaría permitido hacer lo que yo hice-; pero el común denominador de los invitados era adorar México.

Había que jugar con la cocina fría y malabarear con el hielo pues con el calor las cubas sabían a gloria. Llevamos la vajilla de Gorky González y mi abuelo eligió un Burdeos “ni tan tan ni muy muy”, pero ahí, donde se hacían oráculos astronómicos inverosímiles y se sacrificaban doncellas en el cenote sagrado, no tiene que ser un vino de clasificación napoleónica para saber a Mouton.

Una mesa montada en la explanada principal mirando a la pirámide de Kukulkán sentados en bancos de madera tallada en Dzita. La más linda noche estrellada en Chichén Itzá.

Hacer locuras lo mamé, digamos, no soy una inventada. Muchísimos años después y con motivo de que mucho talento de las cocinas de la región se reunirá cerquita, imaginé poder recrear la cena. Ya sé, ni las autoridades me lo permitirían -aunque sabrían como yo que el evento de promoción sería épico-, ni soy ya tan brava como para no preguntar; pero aún así diseñé en mi imaginario su estética y su sabor trasladado a estos días de celebración de cocina latinoamericana en Yucatán.

Los ostiones los estaría abriendo Benito con una Modelo especial en mano con la ayuda de Gaby de Crizia. La salumería sería la de Renzo, las aceitunas y el pan el de Guido y habría canastas de fibra de henequén con totopos para levantar el sikilpak de José Luis. Un mano a mano de cebiches peruanos y mexicanos -y esos panameños de Fulvio-, algo de patacones y guacamole. Cervezas yucatecas, garrafas de La Locura al centro y sauvignon blanc mexicano, torrontés argentino y mucho Chacra Pinot Noir. Manitas de cangrejo locales con salsas emulsionadas picositas de las que nunca sé cómo se llaman de Jose Castillo y hasta un pico de gallo. Martinis servidos por Baltra (para que prueben los de Rafael), esos camarones de D.O.M. que con la manita remojas en una bisque con café. Muchas tostadas a armar con pescados de los litorales mexicanos y Gerardo abriendo mixiotes bajo el inmenso cielo que cubre el imperio maya. Cocina local de Pedro, de Roberto o de cualquier buen cocinero yucateco y quizá un Negroni al final, o dos.

Cargada de poder de Chaac y siendo observados por las serpientes emplumadas, así sería esa cena en la base de la pirámide de 18 cuerpos y 365 peldaños para recibir a América Latina y celebrar. Sean todos bienvenidos.

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