Opinión

Nube Viajera: Mudanzas II

Se cierran ciclos, se abren nuevos, se congelan otros, y, aunque llena de miedos y descubriendo decenas de otros nuevos temores que se me dan “de a tiro por viaje”, me mudo
viernes, 11 de junio de 2021 · 01:40

Ando mudando de geografía, de capítulos, y todo, como dicen en mi tribu, intuyo que es para bien. Se cierran ciclos, se abren nuevos, se congelan otros, y, aunque llena de miedos y descubriendo decenas de otros nuevos temores que se me dan “de a tiro por viaje”, me mudo. Un mundo nuevo diría Huxley. 

Soy rara por principio y busqué la casa que nadie buscó, que nadie busca. Terrazas -y no amplios jardines- para empezar, sabrosas para hacer fiestas de cualquier rating; un pequeñito jardín para ver el cielo y sentir el pastito cuando me desequilibro y luz, muchísimo sol. Dimensiones grandes seguro, pero humanas, ricas, cercanas.   

Descubrí que no me gustan los asadores, me estorban, y creo más en los “quita-pon” así estilo kamado o Green egg, para cocinar sí parrilla de fin de semana, pero sobre todo aprender -y ahora tengo el mejor maestro-, a ahumar trucha de criaderos sustentables allá en San Pancho, donde los bosques se protegen y en donde creo ya tener compromiso de por vida. 

He visto decenas de posibilidades y la gente vive rarísimo. Las cocinas hablan de sus dueños. Las hay sin luz natural, las hay con vista al medidor y al tinaco -qué les cuesta poner tres plantitas-, y las hay hasta con estufas de dos hornillas. ¿Qué comerán esos? 

Vi agujeros para hornos de microondas de dimensiones desconocidas para mí; o el mío es muy chico o es muy viejo, o lo uso poco, para palomitas y para cuando urge sacar más tocino para los hotcakes.  

Siempre he querido tener una estación de jugo y café en mi cuarto. No a la vista, quizá dentro de un secreter, pero con luz eléctrica para conectar mi cafetera, la máquina que espuma leche, un robot pequeñito para mi jugo verde y un mini refri para guardar los insumos que de lo anterior requieren frío. Ya ando pensando en el mueble para ello.  

Una cocina con espacio para picar, mise en place y para ordenar lo que uno guisa, fundamental. No es común eh. Vi decenas, y se suele privilegiar a la televisión sobre las paredes donde mostrar mis comales o colgar mi mandil de niña enmarcado por mi madre que es casi lo más bonito de mi cocina. 

Descubrí que hoy se usan poco las cajoneras para cubiertos, y pienso, y pienso cómo ordenaré mi colección de palitas de palo, de plata, de cobre y hasta de carey (sí, y con esmeraldas regalo de una colombiana adorada cuando aún no estaba prohibido). 

Luz, mucha luz que busqué y encontré. Un rinconcito para echarme en el piso y hojear libros, ver una higuera y pensar desde en cómo resolver marañas en mi cabeza, hasta nuevos guisos de frijoles blancos con almejas y cómo diseñar la mejor enfriadora de vinos que el mundo haya visto, de cobre michoacano. Y verlas crecer, porque el espacio es para ellas.  

Creo que le di al clavo. Ando estudiando de huertos en azoteas y de árboles frutales en macetas, imaginen lo que ese espacio me va a permitir hacer. Ando mudando de geografía, de capítulos, y todo, como dicen en mi tribu, intuyo que es para bien. 

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