Opinión
Nube Viajera: La muy salsa
Quiero aprender de chile chilhuacle y de su sofisticación porque yo, que me creo la muy salsa, sé de pocos guisos con esta variedad oaxaqueñaDe formas caprichosas como el zacapeleño, al que algunos de aquella zona poblana llaman también chile de tiempo, son los chiles de México. Reacios, cambiantes, volubles, gritones, protagónicos y a veces tiernos en su enjundia, esos son los chiles, nuestros chiles.
Hace mil años en Hidalgo aprendí a hacer unos chiles cuaresmeños cortados transversalmente en julianita, con su cebolla y cubiertos apenas con limón, sal y aceite de oliva. Me encantaba acompañar esos encurtidos fast track de los mejores omelettes. Con un cierto sabor dulzón del cuaresmeño crudo, se volvieron favoritos también para tortilla de patatas y para tacos de hueva de lisa lo que me confirma que el chile se escoge a veces por su sabor, otras por su textura, otras por ser crocante, y así, cada quien.
En gustos se rompen géneros, los estudiosos de la biología dicen que hay casi cien variedades locales aunque con razón dice también Ricardo Muñoz Zurita -“mi autoridad”-, habrá unas 60 variedades de chile mexicanas y, siendo un vegetal con increíbles transformaciones de forma , color y tamaño en muy corto tiempo, pues casi que cada quien los bautiza o los apoda distinto según su humor.
A mí me gusta el pescado a la veracruzana con chile güero, y sólo me como las puntitas aunque los acomodo enteros sobre el sofrito y, hace poco, cocineros yucatecos ofendidos me sugirieron cambiar de variedad. ¿Por?, porque es como ponerle chile habanero a unas tiritas de Zihuatanejo. No hay chile que te acomode, de los grandes refranes populares de este país.
Quiero aprender de chile chilhuacle y de su sofisticación porque yo, que me creo la muy salsa, sé de pocos guisos con esta variedad oaxaqueña. Dicen que es el ingrediente mágico del mole negro oaxaqueño y hace poco probé un taco de chichilo, un mole raro de carne de res que me enchinó la piel. Ah, y metates, quiero comenzar una colección, de los más grandes en dimensiones.
Tengo una receta noventera de una salsa de jamaica y chile canica, -zacatecano y de color rojo carmín-, para un Wellington a la mexicana que cocinaba mi abuela al puro estilo Julia Child meets Diana Kennedy, y que el otro día casi me atrevo a repetir. Pero confieso que me ganó un pipián medio tailandés que me enseñó a preparar Jorge Vallejo. Fresco, joven, herbal, picantito, como la cocina que hoy me gusta. Mejor, mucho mejor.
Y así podríamos seguir hablando textos y textos de chiles mexicanos. Me fascinan sus nombres y la parafernalia heredada a través de ello, el chile huevo de soltero, el chile loco corto -mis condolencias para ellos-, el chile cuachalero, sin duda más divertido; el amashito o hasta el gallo-gallina. Ando curtiendo el paladar de mis hijas y el de todos los míos para hacerse bien “de chile”, bien decía una vieja amiga tampiqueña, mujer que no trae dinero, o al menos no sabe hacer una buena salsa de chile, trae mala suerte.