Opinión

Nube Viajera: De hacerse preguntas

Verles la cara a esas tres niñas con un bocado de mixiote vestidas de bordados me cambió la perspectiva
viernes, 2 de abril de 2021 · 01:00

Escucharlas después de hablar sobre el bocado, sobre el sitio, sus sabores y sobre mi, fue la señal más clara. Hay que hacerse preguntas más duras. ¿Por qué la carta de vinos de este restaurante es tan pobre?, ¿qué vivías emocionalmente cuando imaginaste añadir hueva de trucha a un tartare de res?, ¿por qué soy tan dura?, quizá ese puré de betabel me iba a gustar desde el principio, ¿por qué no me dejo llevar más seguido y como dice mi papá “abro mi corazón”?

Hace dos días cruzando una sierra escuchaba un podcast de Oprah entrevistando a Amanda Gorman. Escúchenlo, vale la pena. Lo cuento porque hablaban de lo poderoso que fueron las sobremesas en la infancia de la poetisa -como las mías y veo que también las de mi tribu-, y de la importancia de cuestionarse. ¿En qué me quiero convertir?, conversaban en la entrevista, ¿tengo que cambiar? Yo no quiero y nunca he querido, pero mi evolución, como la de los restaurantes a los que fui en Oaxaca, es inevitable y quiero hablar de ello, me hace bien. Te va a gustar, pensaba, ese patio con loro y parrillas, esa ciudad, sí, con birckenstock y jeans es cierto, pero mucho más honesta.

He pensado tanto en el concepto de la evolución. Ese cambio gradual, esa transformación de un estado o una circunstancia. Veía a Jorge en el restaurante Alfonsina hace unos días cómo miraba parado en la puerta de la cocina el movimiento de las mesas. Probaba todo -me tocó la comida de domingo y de casa y era lo que quería-, y pensaba sin conocerlo en lo que él ha transitado, cambiado, avanzado, y en cómo esa propuesta viene de un proceso evolutivo sí, e involutivo también. Quiero aclarar a ver si me explico, la involución no como retroceso negativo, todo lo contrario, sino como un acto de volver al origen, de ser más uno mismo, de gozar ofrecer una sopa de garbanzo, nopales, queso y chicharrón y sentirse profundamente orgulloso de ello. Todo el que se diga conocer de comer bien y -más aún-, está en un proceso evolutivo, debe comer en el patio de Alfonsina. Chapeau.

Los cielos llenos de estrellas bajo los que he dormido estos días, la vajilla de barro bruñido y el sonido de las olas del mar también me han hecho volver al origen, a mi origen. Esto es lo que yo quiero carajo, cocinar en la cocina de Punta Pájaros viendo el mar pensando en el pescado que traerán ese día. Estar más descalza, abrazar profundamente a los que me quieren, dejarlos evolucionar también, crecer con ellos. Embotellar mi aceite de oliva de una vez por todas, viajar sola a Borgoña, disfrutar de lo que hay como sabiamente me dijo una cómplice de vida hace unos días. Porque lo que hay es rico, y a mi me gusta mucho lo rico.

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