Opinión

Nube Viajera: De agradar y dar gracias

Yo sólo había pedido que me guardaran un paquetito en el refri, y a cambio, ese día me regaló una lección de vida...
viernes, 12 de febrero de 2021 · 00:00

“Thank you for letting baby sit your caviar”, una frase que no sólo marcó mi apreciación de lo que el servicio debe asegurarle al que lo recibe, sino que fue pilar de años, porque han sido muchos, de sentir, comer, beber y compartir las mismas mesas y los mismos sueños. 

Así ponía la notita pintada a mano y en acuarela que acompañaba la caja envuelta en papel plateado -de unos 30 por 30-, y que me había sido devuelta después de colocarme amablemente mi abrigo una tarde de frío, saliendo de Eleven Madison Park. La comida había sido gloriosa con amantes de la risa y del vino -todos hombres-, y el elegante paquete transformaba y vestía una lata de caviar que tenía nombre y apellido de una mujer que ya murió, pero que siempre supo por qué era para ella. Yo sólo había pedido que me guardaran un paquetito en el refri, y a cambio, ese día me regaló una lección de vida. 

 Como aquélla película en donde se muestran dos escenarios de una misma vida, una en la que sí tomó el tren y otra en la que lo perdió; ¿qué hubiera pasado si ese caviar no hubiera llegado a su destino final?, ¿qué sería hoy de aquellos caballeros del vino que me escoltaban generosos si el Chateau Rayas no hubiera estado fuera de serie, qué si hubiese estado nevando, si no hubiese habido mezcales después o, simplemente, si yo nunca hubiese estado ahí? 

Escéptica como soy, no creo en las casualidades y me aburren las teorías de equilibrio universal y de que las cosas pasan “por algo”. No. Las cosas pasan porque uno las genera. El cocinero deja de cocinar bien porque así lo decide, los amantes dejan de sentir porque se van olvidando, el tomahawk sabe a gloria cuando se le cuidó, se le nutrió, se le convirtió en una pieza hermosa, no porque haya un plan divino

Hoy conservo mi notita pintada en acuarela como casi una carta de amor. Haber estado ahí esa mañana de luz de invierno y de consomés de hongos me permitió despedirme de una mujer que quise de forma entrañable; aprender un poco de marketing y, sobre todo, valorar la relevancia del dar, del estar, del compartir. 

No sé si volveré algún día a ese restaurante -no sé siquiera si abrirá de nuevo sus puertas-, y sin duda nunca lo haré con la misma gente. Pero me cimbró. Lo impecable de la sala, el pato y su cocción, pero aún más que la técnica, el irrepetible servicio y el line up, esa mañana neoyorquina me enseñó que los detalles también tienen vida en las palabras, en las notitas, que la presencia como se le conoce comúnmente está sobrevalorada y que hay magia en la voluntad de agradar. Y dar gracias, por cada bocado, y por cada pedazo de vida. 

 

Otras Noticias