Opinión

Nube viajera: ¡Ya es hora!

Viene ese momento del año del por qué tú sí y yo no gastronómico, un tiempo, además, en donde hay oportunidad de decir en público o en privado que caigo mal
viernes, 27 de noviembre de 2020 · 01:30

Leí hace unos días un textito de Twain (trilladísimo comenzar así un párrafo, pero juro que hace sentido) que más o menos decía que cuando estás del lado del que todos están, es momento de hacer una pausa y reflexionar. Me gusta hacer lo que se me pega la gana, y eso fastidia, incomoda. Creer en lo enorme y lograrlo genera muchas veces todo, menos agrado. Adicionaría a la frase del autor, “y salir corriendo”.

Les decía, llegó ese momento en el que haber creído hace casi una década que México tenía mucho que decirle al mundo en términos de a qué sabe y por qué sabe así -y podía ayudarse de oportunidades mediáticas para lograrlo-, levanta ámpulas. La historia es corta: Valentina, me dijeron, proyectos para poner en el mapa gastronómico del mundo a nuestro país. Mi respuesta fue inmediata: las famosas listas. La cocina mexicana no necesitaba absolutamente nada, cachonda como es y tesoro maravilloso, lo que le servía era un empujoncito que derivase en cobertura, atención, foco, y por ende visitas, cultura, proyección económica y empleos. Comer bien, contarlo bien y que la cadena de valor se potencie. Qué chulada.

Así comenzó esa parte de mi historia medio ficticia, medio con verdades a medias y llena de amigos y enemigos que no saben ni quién soy, por qué ando en estas, ni de qué estoy hecha.

El juego de las listas es mortal conversé hace años con un cocinero con una copa de txacolí en mano; puede o chuparte el alma o puedes simplemente capitalizarlo y saber que las verdaderas listas son las de las reservaciones, las de los kilos de chicatana, las de las órdenes de kampachi y las de los amigos. Lo entendió -a diferencia de muchos de sus colegas-, perfectamente. “No fiftybestees”, frase que acuñé y que adoro repetir.

Se ha dicho de mi tanto. Y cómo no. Mis orígenes de tribu kikapú y de Angangueo combinado con Le Marais y una historia tanto de amor tanto con Cuba como con el caviar, generan absoluto corto circuito. Lo veo y lo leo, sonrío y me río. Respeto y critico.  Ha llegado esa época del año. Que si mi vino es malo, que si pastoreo zánganos. Que si se me regalan carísimas joyas para quién sabe qué propósitos, que si soy o no soy amiga de los peruanos. Que si el vino argentino me ha ido gustando, que si hablo pestes de un mal restaurante español. ¿Será?

A los detractores, dejen de prestarle tanta atención a numerillos que son simplemente herramientas de marketing para un establecimiento, un destino y un agua embotellada. Eficaces, por cierto. Es tiempo de colaborar. Que se abra un pacto tácito de empatía en esta vida que nos cambió en 2020. Que aquellos números sean útiles para capitanes, meseros, hijos y nietos de lava lozas. Que se hable menos del Club de Tobi y más de los tacos de hueva de lisa tatemada en mangle.  Ya es hora.

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