Mientras el mundo contiene el aliento ante la expectación de un nuevo Papa, dentro del Vaticano la vida discurre en clave de recogimiento.
En la Casa de Santa Marta, los cardenales electores —entre ellos, destacados representantes de México como Carlos Aguiar Retes y Francisco Robles Ortega— comparten discretas comidas que beben de una sobria tradición monástica.
Durante el cónclave, la cocina se convierte en ejemplo de sobriedad y sencillez: platos ligeros, sin pretensiones ni aderezos exuberantes, pensados para nutrir, sin distraer. Pastas al dente, risottos sencillos, suprema de pollo horneado con hierbas, verduras al vapor, pan crujiente y fruta fresca son parte del menú habitual, casi todos inspirados en la cocina tradicional italiana. El café, discreto y necesario, se sirve como pequeño consuelo entre deliberaciones.
Menú “sencillo y nutritivo”
No existe reglamento escrito que imponga la austeridad en el menú, pero la costumbre es clara: la sencillez en la mesa es espejo de la seriedad del momento. Así lo relataban los cardenales que participaron en el cónclave de 2005, que eligió a Benedicto XVI.
Un menú de entonces, reconstruido por testimonios discretos, incluía lasaña ligera de verduras, ensaladas de arúgula con parmesano y carnes blancas en preparaciones casi ascéticas.
La historia nos recuerda el legendario cónclave de Viterbo (1268-1271), el más largo jamás registrado, donde los cardenales fueron encerrados y alimentados sólo con pan y agua para forzarlos a elegir. Incluso se les privó del techo para exponerlos al frío. Desde entonces, el hambre y el frío quedaron simbólicamente unidos al espíritu de la elección papal.
La reciente partida del Papa Francisco, culmen de sencillez y carisma, otorga un matiz de especial respeto a esta nueva elección. Jorge Mario Bergoglio, en su tiempo como cardenal, describió la cocina del cónclave de 2013 como “sencilla, nutritiva y humilde”.
Conocido por su predilección por platos como la bagna cauda —una salsa piamontesa de ajo y anchoas ideal para mojar con pan rústico—, Francisco llevaba consigo el sabor de las mesas populares de su infancia.
Entre sus dulces favoritos destacaba el milhojas de crema chantilly y pepitas de chocolate, una delicadeza que, como el propio Bergoglio, combinaba humildad y dulzura.
A pocos metros de la Capilla Sixtina, los aromas que impregnan las cocinas de la Casa Santa Marta son los de la Roma eterna: alcachofas a la romana, sopas minestrone, saltimbocca de ternera con salvia, cacio e pepe. La despensa papal de Castel Gandolfo, con sus huertas y olivares, sigue abasteciendo discretamente al Vaticano.
En la sobriedad del cónclave, hasta el acto de compartir un pan sencillo se convierte en gesto sagrado. Una gastronomía sin aplausos, pero cargada de simbolismo.
Porque en esos silencios entre plato y plato, se teje, invisible, la historia que cambiará la Iglesia para siempre.
Mientras los cardenales afinan sus pensamientos y oraciones, Roma se prepara para el cónclave que comenzará entre el 5 y el 11 de mayo de 2025, siguiendo la antigua norma que dicta iniciar la elección entre 15 y 20 días después de la muerte del pontífice.
Un total de 135 cardenales electores de todo el mundo se encerrarán en la Capilla Sixtina, aislados del exterior, hasta alcanzar el acuerdo que se anunciará con la tradicional fumata blanca.