Opinión
La demasiada
Las mujeres con esa particular estamina producen cambios, hacen estragos, generan pasión, escozor, poca compasión, mucha felicidad, muchos logrosHíjole, tantas historias. La de una noche estrelladísima en el Valle de Guadalupe, en la que con ella hice y deshice el mundo en calzones dentro de un jacuzzi con una temperatura exterior muy, muy baja, mientras huíamos del walkie talkie que preguntaba ¿dónde está la enóloga? Comidas eternas y maravillosas, caminatas por viñedos aquí y allá, visitas a El Cocodrilo, en Buenos Aires, tan frescas así como si fuera un Sanborns.
Con Lulú comparto complicidades y tareas. Madre, como yo, triunfando en un mundo donde los hombres abundan, como yo, compartiendo vida con hijos, comilonas, clientes, sueños, viajes, carcajadas y miedos, como yo. Lulú Martínez Ojeda es una mujer que me gusta mucho, arrojada, echada pa’delante, valiente pero sensible a que es humano temer, femenina, cariñosa, libre, Lulú es una grande. Y además, produce vinos, y muy buenos.
Su Plan B (cuya historia un día les contará ella, pregúntensela) puro Grenache, es quizá mi rosado favorito mexicano y siempre que lo bebo pienso en cosas lindas. Celebro enormemente que produce mucho vino blanco, México está mostrando músculo con varietales blancas y, en serio, noto a mis paisanos cocineros, nuestra cocina baila más bonito con vinos blancos. Ella sabe que esos vinos con frutos negros, regaliz y chocolate no me gustan, ella sabe que lo barricoso tampoco me gusta, ella sabe que no hay bueno, bonito, barato y delicioso, ella sabe de elegancia en los vinos. Ah, y ella sabe que yo sé que hay que reírse cuando le dicen sommelier a ella y enóloga a mí. El mundo al revés.
La señora enóloga bajacaliforniana estudió en Burdeos, volviendo hizo los Henri Lurton varias añadas (inolvidable ese Chenin Blanc) y un día la convencieron de irse a Bruma, atinada visión la de mi amigo Juan Pablo, la fórmula es clara: talento y toda la energía que se le puedan inyectar. Así vuelan los proyectos, así voló la vinícola Bruma, esa cuyo eje es un árbol muerto que vi ahí años antes de estar rodeado de tanques, barricas y equipo; esa diseñada, construida y echada a andar por necios, por talento; esa comandada por Lulú Martínez Ojeda; ese espacio con tiburones, armado como lego con palitos de madera –tan, tan su arquitecto–; ese espacio de niñas de mis corazón vestidas de overol, ese espacio único, ese espacio que hizo Lulú suyo y que tiene impresa su energía. Es difícil describirlo, pero abrir una botella de alguna de sus etiquetas, es Lulú compartiendo su energía. Los que la queremos lo sabemos.
Y tiene más vinos, y más proyectos, y sé que sueña en gigante. Las mujeres con esa particular estamina producen cambios, hacen estragos, generan pasión, escozor, poca compasión, mucha felicidad, muchos logros, comunidad. Lulú, la demasiada, como nos apodamos mutuamente, Lulú la de las piernas bonitas y el vino muy bien hecho –y que se enfaden los que se enfadan por el orden de los atributos–, Lulú la de Bruma.