ofrenda zinacanteca

Día de Muertos: así se celebra en Zinacantán, Chiapas

La forma en que festejamos Día de Muertos es un sincretismo de creencias católicas y prácticas varias con raíces en las antiguas religiones mesoamericanas
viernes, 1 de noviembre de 2024 · 04:33

Actualmente, la tradición de Día de Muertos se ha homologado desde el ojo global gracias a la difusión de la cultura ligada a este evento en películas y promoción turística. Lo cierto es que en nuestro país existen diferencias sustanciales entre una región y otra, prueba de la riqueza étnica aún viva.

Mucho se conoce de la celebración purépecha en la isla de Pátzcuaro, de la ofrenda del Valle de México o del Hanal Pixán en Yucatán. Ahí, muy cerca, en Chiapas, los tzotziles, descendientes de la cultura maya, tienen una forma única de festejar el Día de Muertos; se llama Sk´ak alil animae´etik o “llegada de las almas”.

En su cosmovisión también existen el cielo y la tierra. Y las almas se dividen en dos, el ch’ulel donde residen los sentimientos, la memoria y las emociones que hacen único a cada individuo,  y el lab, el alma animal que acompaña a la persona hasta la muerte. Cuando se deja el plano terrenal, el alma se purifica en el “lugar de los huesos ardientes”, donde permanece el mismo tiempo que vivió en la tierra para después regresar en un nuevo cuerpo y cumplir otro ciclo. El proceso se repite infinitamente, pues el espíritu es indestructible.

Celebración de altura

Los Altos de Chiapas, una región habitada por grupos tzotziles, comprende 17 municipios, entre ellos, San Cristobal de las Casas, Chamula y Zinacantán. Este último es famoso por su tradición de floricultura y bordado, y en esta temporada, por su fiesta dedicada a los muertos.

Nacida en San Cristóbal, la chef Marta Zepeda del restaurante Tierra y Cielo, ha vivido de cerca el Sk´ak alil animae´etik y comenta que, aunque la de “San Cris” y la de San Juan Chamula son celebraciones muy bonitas, su preferida es la de Zinacantán. Esto la ha inspirado a rendirle homenaje recreando la ofrenda en su restaurante.

Representación de la ofrenda zinacanteca en el restaurante Tierra y Cielo.

Foto: Cortesía Tierra y Cielo

De vivos para muertos

La ofrenda que se pone en casa “es más sencilla que la que se acostumbra en el centro, tiene elementos decorativos pero naturales: flores, frutas, velas y juncia, una hoja de pino que huele muy rico y que se usa para decorar los pisos cuando hay fiesta”, relata Marta.

Las puntas de pino conocidas como juncia son uno de los elementos decorativos de la ofrenda.

Foto: Alfredo Pelcastre

La tradición dicta que el atole agrio debe estar listo a las cinco de la mañana del 1 de noviembre, por lo cual los preparativos comienzan el 30 de octubre, cuando se pone a remojar el maíz para prepararlo. El 31 se cortan los elotes,  se hierven los chayotes y colectan la fruta que colocarán en la ofrenda. A temprana hora del 1 de noviembre, se cocina el caldo de carne ahumada de res, los tamales y se termina de confeccionar el atole agrio.

“La preparación de la ofrenda se hace en familia y todos participan. La cocina es una de las áreas principales de la casa porque muchas cosas suceden alrededor del fogón; ahí se cuelga la carne de res para ahumarla durante dos o tres días. El caldo lo aromatizan con hierbabuena o epazote, integran la carne y se acompaña con col, tortillas y chile molido”. Recalca que, aunque la preparación suena fácil, es un plato muy rico y el más representativo de estas fechas.

Del hogar al panteón

Ya con todo montado y el atole listo, la familia vela la ofrenda para que los difuntos sepan que se les recuerda y se les espera. A las ocho de la mañana, las familias peregrinan cargadas de viandas para sus santos difuntos hasta el panteón ubicado en el cerro más alto del municipio de Zinacantán.

Las autoridades tradicionales o mayordomos, ofician responsos en latín situados en las tumbas para pedir a los guardianes que resguardan las almas que les permitan salir para disfrutar lo que sus familias han preparado para ellos.

Al terminar la fiesta del primer día, recogen los alimentos y los llevan de vuelta al hogar; los músicos van casa por casa a tocar en los altares. El ritual se repite al día siguiente, el  2 de noviembre. La chef relata que, una vez concluído el segundo día, “los mayordomos recogen las ofrendas en bolsas de ixtle para llevarlas a la iglesia de San Lorenzo. Bajan bailando hasta el atrio donde se reúne la gente para recibir parte de la ofrenda que básicamente es fruta”.

Todo concluye cuando se recoge la ofrenda del hogar para evitar que espíritus ajenos al núcleo de la comunidad puedan aprovecharla.

Elementos de la ofrenda Zinacanteca

El chayote hervido es un alimento presente en las ofrendas de esta región.


Foto: Alfredo Pelcastre

Atole agrio: Preparado con masa de maíz fermentado que le da su característica acidez.

Caldo: De carne ahumada, aromatizado con hierbabuena, epazote y acompañado con repollo.

Tamales de frijol: De masa de maíz, rellenos de frijol y envueltos en hoja de milpa.

Elote y chayote: Se recolectan en la víspera y se hierven para colocarlos cocidos en la ofrenda.

Trago: Tradicionalmente, posh o pox, un destilado obtenido de la fermentación de maíz y caña.

Café: De olla preparado con canela y piloncillo.

Frutas: De la región, principalmente cañas, plátano macho, naranja y lima.

Flores: Cempasúchil, geranio rojo y dalias que se cultivan en la zona.

Juncia: Puntas de pino para tapizar pisos y tumbas.

Velas: De sebo animal para representar lo divino y de cera de abeja para guiar las almas.